María Elena Walsh

Complicidad de la víctima

Besé la mano del guardián
y lo ayudé a bruñir cerrojos
 con esa antigua habilidad que tengo
para borrar innecesariamente
toda huella de bien habida corrupción.
Permití las tinieblas,
rigores me tranquilizaron.
Saludé agradecida al aumentado déspota
y agité flores y banderas
en honor de su rango
de sembrador de oprobios para prójimos
pero no –quizás– para mí.
Odié a las otras víctimas
en lugar de hermanarme
y no quise saber qué sucedía
en el vecino calabozo
o tras los diarios, más allá del mar.
Por eso me dejé vendar los ojos,
sencilla y obediente.
¡Es tan dulce la vida sin saber!
Acepté el castigo
con hipocresía de estampa
por si lo merecía mi inocencia
y fui capaz de denunciar
no al amo sino a la insensata esclava
que desdeñaba protección y ley.
Por pereza me dejé coronar
de puños o serpientes
y admiré sin fisuras
a ujieres y embalsamadores,
el fascinante escaparate de los serios.
No supe compartir el sufrimiento
y orgullosa de su exclusividad
inventé argucias contra la rebelión
y jamás en sus aguas dudosas me metí.
Fui custodia del fuego
–a mucha honra– para pequeños meritorios
y santones cubiertos de moscas.
Juro que nunca vertí veneno en su sopa
y en mis tiempos de bruja les alivié las llagas,
favor que me pagaron con incendios
pero yo perdoné
porque ¡es humano quemar!
La razón del verdugo
justifiqué callando y otorgando
y preferí durar decapitada
que trascender a mi albedrío
porque la libertad, ya sabéis, amenaza
con alimañas de perdición
como abismo a los pies de un paralítico.
Dormí con la conciencia
engrillada pero limpia
¿Qué culpa tiene una sombra?
Quise investirme de prestigio ajeno
y el sometimiento era vínculo,
me contagiaba un solemne resplandor.
Por eso permanezco
fiel a iniquidades y censores.
Al fin y al cabo me porté bien,
supe negociar
mi pálida y frágil sobrevivencia.

Quinto nueve

Hay una esquina que es guarida
de cuatro mujeres niñas
toda la magia sucede
en el quinto nueve

Parece siempre día de sol
aunque diluvie en el balcón
cada lunes se hace viernes
en el quinto nueve

Aplauden las plantas
los vecinos silban
y esas cuatro risas
crecen y contagian
arrancan espinas
soplan telarañas

Los arrullos de bocinas
diversión capitalina
no interfieren los quehaceres
de las del quinto nueve

En su hogar sin maquillaje
ellas sueltan un mensaje
con el ritmo del oeste
y su buena suerte

Noche tras mañana
desafían penumbras
cuatro con guitarra
cajón, charango y flauta
transforman rutinas
con bossas y zambas

Hay una esquina que es guarida
de cuatro mujeres niñas
toda la magia sucede
en el quinto nueve


Loca

Un día como hoy o como ayer
me di cuenta de que lo que me volvía loca
era la culpa por el ser cuerpo,
esa que a mi madre le ofreció migrañas
que compró resignando su propia y más íntima satisfacción
y que la atrapó en el secreto, mordaza, fijo crucifijo,
que a su vez, veintiséis años después, quiso venderme
pero por más caramelos que revistieron la pastilla
algo mío y solamente mío dijo: ¡Ojito!,
y la escondió abajo de la lengua, luego de la alfombra, luego de la basura, y así se salvó de unas cuantas...
Eso sucedió en un recuadro del calendario
en que me di cuenta de que lo que me volvía loca
era el estrógeno imparable
que late todavía desde mis pelos y mi ombligo

mojando las sábanas, las lenguas, las manos, las palabras..
Un día, poco importa cuándo,
me di cuenta que lo que me volvía loca
era pensar que no tenía que estar loca
era creerme la mentira de la heteronorma
y me puse la pollera, porque ya estoy grande como para no hacerme cargo de mis piernas
y me abalancé sobre el mundo de mis pulsiones
y dejé afluir todo el reproche contenido
y lo convertí en rebelión indiscreta, en una desobediencia oficial sin caprichos
revisé todos mis discursos, apolillados, llenos de ideas que huelen a ajenas
o latas de conserva vencidas
o alabanzas a la Moral de M mayúscula, la gran retrógrada, la gran monógama, la gran mitómana, la gran estúpida, la gran xenófoba, la gran apostólica, la gran bélica, la gran pútrida, la grandísima Mierda.
Hice cenizas con todo.
¡Escandaloso ritual aquel!
Así mi madre, con los ojos desorbitados, se desayunó que había criado una bruja, tirana abortista, embanderada masturbadora,
y tuve que calmar su cortocircuito con música y bizcochitos.
La senté y expliqué, perdoné, confesé, sonreí
es que tampoco me resiento ya:
aprendí que también somos hijas de un tiempo
en el que ciertas preguntas ya están dadas
y que en mi bufona alegría de divergir
olvidaba que lo que para mí es obvio, para ella, y otras tantas, es oprobio.
Un día, este mismo,
me di cuenta de que
loca
es la que se escapa de sí misma.

213

 Daría mi reino por un atado de cigarrillos. ¿Mi reino? Da lástima ver en lo que se convirtió. Acá se aprende el desapego a la fuerza, a los gritos y golpes. Tengo una frazada roja, un cuaderno, una gomita de pelo y un nombre tatuado en la frente, siempre el mismo. El mismo nombre, el ineludible sustantivo propio del ser que más amo, temo y parto, que resuena en mi saliva que no lo deja salir. El mismo nombre que no sé disimular, que ella lee en la palidez de mi piel reseca, porque me tiene más junada que mi madre, porque me es imposible esconderme ante su mirada de águila insomne. Ella tan sabia, templada y milenaria, ella sabe de mi martirio escondido bajo sábanas sucias, sabe de este aire de tumba que arrastro bajo mi sombra, y también conoce las coordenadas donde perdí las llaves, pero de nada sirve que me las revele porque ya encarné mis candados. Ella ahora calla y me acaricia, me alcanza un té, me arrulla, nutre mi cuerpo dejado y vejado para evitar que se desvanezca. Finjo sonrisas muy a menudo, porque aunque mi existencia se pone cada vez más tenue, conservo la buena costumbre de agradecer. Nuestro horizonte es agrio, es que podremos salir nunca de la celda, e igualmente contamos los días. En este oleaje de desesperanza la tinta es mi único ancla, su boca mi faro, y el mismo nombre, la tempestad profunda, corrosiva y tortuosa, de todas las disculpas que de nada valen, de todas las frases que demasiado tarde se me ocurren, de ese enorme rencor vuelto contra mí a diario, una, doscientas trece veces, y contando...

Despecho (no apto para todo público)

Sí, estuve con otro. Otro como tantos. Y, ¿sabés qué? Lo disfruté muchísimo. Me removió algo adentro, quizá sea eso que llaman juventud, no lo sé, pero todo mi organismo habló, gritó, rugió, gimió, y yo estaba más mojada que nunca, y mi clítoris deliraba, me temblaban las piernas, mientras su piel transpirada aumentaba la temperatura del ambiente. Empañamos los vidrios. Los vecinos vinieron a quejarse, y entonces nos reímos como niños macabros, y nos lanzamos de nuevo a la aventura de nuestros cuerpos, recorriendo todos los rincones de la casa, cagándonos en toda sacralidad. ¡Podés creer que hasta me preguntó qué posición me gustaba! De repente me topé con un tipo que sin siquiera conocerme estaba realmente interesado en que la pasara bien, y eso que yo ya estaba entregada en bandeja, que podía hacerlo maquinalmente como lo hicimos siempre nosotros, para después, al hablar de sexo con mis amigas, no tener otra respuesta que: "Sí, la pasamos bien..." por no conocer que hay otro modo de extasiarse, el compartido. Entonces yo, sí, yo, la que decía ser tuya, la que juraba y concedía, me arrastré y lo dejé jugar conmigo, me atraganté con su jugo, puse a su disposición todos mis orificios, le mostré mi máscara más histérica y putona, esa que por supuesto desconocés, le rogué, me arrastré, supliqué que me domine, que me muerda, que me chupe, que me arañe, que me absorba, que cometiese las peores guarradas, que me destrozara por dentro, mientras Venus aprendía cómo se puede reinventar la carnalidad y el salvajismo. Yo vibraba alucinada, y me ardía de tanto, y no me picaba ya el rencor, porque la venganza se come bien caliente querido, desgraciado, imbécil, miserable. Cuando volví, sola de nuevo, de ese espacio ajeno, y adquirí de nuevo la rutina de verte, me sentí tan vacía como vos, porque después de cerrar con broche de mierda el maravilloso trámite del despecho todavía digo tu nombre dormida.

La madurez

por Don Rolo
En la madurez
hay un pequeño,
un gigante
y un ser inofensivo.
El ser inofensivo prefiere tocar todo con sus plumas,
intentando destruir con pasión cosas que jamás podrá.
Queda en el camino y sonríe,
por las dudas;
a pesar de no entender
 nunca te olvidará.
El pequeño no quiere crecer
y teme que demasiada verdad en sus ojos
altere los sueños de su próxima vida
porque su vida pasada
le mete dudas
le mete ideas
nefastas,
habla del futuro
que nunca será mejor
y le mienten
para que él mienta
y se mienta.
El tercero,
el gigante,
ya ofende
ya arruina
ya colapsó
ya se olvidó del niño
que no destruía aunque quisiese,
y manipula,
con su alma hecha pedazos,
a los otros dos.
Les tira del pelo
y sin pensarlo
los manda al precipicio
para que caigan del árbol
donde las frutas
son verdes
son dulces
pero nadie se las come vivas
porque les falta tiempo para ser
lo que sus depredadores quieren que sean:
maduras.
La madurez
te mata
y te despierta
el peor de tus apetitos,
hambre de que todos deban sufrir lo mismo
y aceptarlo.
Eso es madurar:
entender que todo está perdido
y ponerte a destruir todo
a la par del mundo.

Ágata

 Andaba arrastrada, como loca mala, como media sin par, como cuando todo lo terrible del mundo se condensa en un ahogo que punza el esternón y nos deja a gachas. Arrastrada y sin explicaciones de ningún tipo, pues para qué si ese vacío, esa angustia fundamental, no se llena con excusas sobre el origen. Solita en una pecera en un galpón, techo tinglado con dieciséis vigas recorriéndolo exactas e inmóviles, y sobre ellas varios cúmulos de nubes. En cada rincón fluía el aire pastoso del conurbano, enrarecido de humos varios y venenos baratos, alquimia de gases grises, perlados por naranjas de las luces de mercurio del Acceso Oeste, que incandescen todavía con más estrépito cuando viene esa hora de la noche en que pareciera no suceder absolutamente nada.
 Ya había recorrido el laberinto de punta a punta, y había repetido el procedimiento, infalible, quichicientas veces, pero no había queso que buscar. Quizá querían probar su velocidad. O presionarla hasta que tuviera un brote psicótico y se pusiera a recitar los pronombres. No iban a lograrlo. Sabía que llevaba más de medio día metida ahí, casi delirando de hambre pero sin ganas ni de vengarse. Acá vuelvo sobre mis pasos y me retracto: decir que andaba sola fue inexacto, porque es bien sabido que todo ese tire y empuje de neurosis eléctrica puede corporizarse y convertirse en compañía, al tiempo que la carne se transforma en carnada de diván. También porque fuera de la pecera había un roñoso mundo de peones de laboratorio jugando con ella.  
 Andaba atragantada, a gatas, harta, Ágata la rata, atrapada, apagada. Únicamente se perseguía la cola y maldecía en chillidos analfabetos a la Entidad Madre por tener el mal tupé de encajarle a una humilde ratita un cerebro tan similar al humano, que la llevaba a morar desgraciada en su propio laberinto. Ella no pidió ser parte del experimento, pero mucho menos, darse cuenta.

Alejandro Dolina

 Tal vez ha llegado el momento de comprender que los criollos no hemos nacido para ciertas fantochadas. Que se rían los brasileños. Tengamos, eso sí, fiestas y reuniones populares. Pero no dejemos de ser quienes somos. Si nuestra extraña condición nos ha hecho comprender el sentido adverso del mundo, agrupémonos para ayudarnos amistosamente a soportar la adversidad.
 A lo mejor, los Carnavales de antaño, tan añorados por los animadores de la radio, no eran más que eso: una reunión de gente triste que buscaba consuelo.

Lunes otra vez

Es la ciudad y es lunes otra vez.
Colectivo: apestado como un callejón sin salida
todas las miradas son anónimas
todos los cruces, desencuentros
todas las pieles, maquillaje
todas las cabezas, piojosas y bajas
y los adoquines chispean bajo las mil y un ruedas de nuestro arrullo atronador de mañana de día hábil
trazamos una línea recta muy preocupada entre las luces apagadas del teatro de revista,
suena el timbre con insistencia y, refunfuñeo mediante, el colectivo acaricia el cordón de la parada y evacúa varios soretes que se bajan en este escenario vacío
porque hay un tiempo para todo, y así como no se sale en conchero a estas horas de la matina
así como lunes otra vez, todo gris, polvo y telarañas
así como sólo los kioscos y los mendigos están abiertos
asi como no hay elegancia ni expectativa
no hay cantores cantando
no hay humoristas humeando
no hay actores actuando
preguntará usted: ¿y para qué la acción?
Bueno, puede que no lo pregunte
y hasta diría que en este colectivo nadie se está haciendo esa pregunta
es posible que muchos jamás se la hagan
ya que están perfectamente acostumbrados al cómodo sillón de la intrascendencia
y a las fórmulas de cortesía
que se han vuelto sólo una forma más fina de reventar el pus de los granos de desprecio que nos salen frente al otro y su portación de cara de mitad vacía del vaso
y el colectivo apretadísimo
lo que se dice: "hasta la jeta"
yo respiro a través del pelo grasiento de la doña de adelante mientras la morruda que quedó atascada al lado mío hace lo que puede para no aplastarme
Pienso que esta falta total de espacio, esta invasión apurada y forzosa de los cuerpos, es el síndrome del nuevo milenio
podremos estar 40 minutos casi manoseándonos -con cautela, no queremos herir susceptibilidades tampoco, sepa usted que el ambiente arriba del bondi hora pico se caldea bien rápido- y ni dedicarnos un "Hola", no interactuar más que para los permisos impacientes, los gracias cortantes y los perdones hipócritas
los pasajeros huyen por la ventana
tratando de matar el tedio que les brota
y cualquier abstracción es preferible al intranquilizador, amenazante, filoso, imprevisible, insoportable, confuso, terrorífico cara a cara.
Permiso, permiso, gracias, gracias, permiso, ¿bajás en la otra?, listo, permiso, gracias.
Ahora que me bajé me olvidé de todos y cada uno de los rasgos de la gigantesca tripulación. Los hice un bollito todos juntos y se fueron directo al cajón mental donde guardo los extras de mis sueños. Pero no fue la ciudad ni el lunes ni el colectivo ni el estrujenempujenbajen lo que nos volvió tan
quietos necios
 ciegos presos
   lejos muertos
      precios cerdos
          sesgo terco
               hielo seco
                     resto hueco
                            nervios tensos
                                    viejos y tuertos.

(https://www.youtube.com/watch?v=aovYPJDLOw8)

Esa

Me busqué en el espejo;
me encontré
pero no era esa.
Faltaba frescor en la piel,
el lunar en la pera,
¿a dónde me habré ido?
Pero sí, era y soy esa,
la misma de acá
es la otra inversa,
me respondo mímica
instantánea
viceversa
claramente no soy otra que la otra que no es yo sólo por una cuestión de espacio
pero eso ni siquiera, porque el principio de incertidumbre dice que los electrones hacen la suya y entonces, en una de esas, estoy tanto acá como allá, flujo reflejo y atrás los azulejos.
Sin embargo bien sé que no soy esa,
ni la de allá ni la de acá.
No entiendo a dónde me fui,
pregunto por terca:
me rehúso a ser ella
que por sobradas razones no soy.
Rechazo esa cara de pasado sin pisar
esos aires de indiferencia
esa penosa resolución
que es solo insolvencia
esa inconstancia
camuflada de inconciencia
y a todo esto, ¿a dónde mierda me fui?
me increpo con culpa
me insulto con fiereza
estrujo mis labios esperando arrancarlos
y que con ellos se pierda
además de mucha sangre
las frases desacertadas
la falta de tacto
la mera torpeza
el ácido sarcasmo
que no construye y sólo tropieza
esa máscara con que me doy a conocer
sólo es un mecanismo de defensa
porque no soy esa, repito, porque no soy esa
y me arrancaría un ojo pero me da demasiada impresión
y no soportaría alterar tan gravemente la simetría de mi cara
¡qué digo mi cara! no, la de ella
aunque sí le quemaría las pestañas
me arrancaría confesiones perversas
se despojaría de toda vergüenza
el miedo al abismo, a la noche, al apocalipsis zombi, a Del Sel en el Congreso, a la invariable soledad, ese bondi unidireccional al que cada quien está subido y para sólo en la terminal
y le escupiría las manos
y me tiraría de las orejas
y se rompería la nariz
si eso fuese posible
y me despellejaría un trazo de frente en forma de cinta de Moebius
aunque claro, me desmayaría en el intento, porque soy muy minuciosa a la hora de despellejarme y mis tiempos no son los mismos que los de mi circulación, tanto menos de mi aguante
y me sacaría los incisivos con una tenaza preferentemente oxidada
y le llenaría el tórax de clavos hasta convertirme en palo de lluvia
y se haría buches con vinagre de vino,
¡ay, el peor de los dolores!
y me acercaría después a ese fiambre vudú para susurrarle todo mi asco de la forma más elegante que encuentre
para después colgarlo de un perchero a cien pies de elefante de altura
dejándole abajo la cena lista: hoy, el menú de la casa es tu plato preferido (en este caso, una soberana lasaña de carne con boloñesa seguida del más acuciante y pornográfico tiramisú)
y después de tanta saña y ceremonia
me sentaría a comer
no sin antes servirle a ella una generosa porción inalcanzable
y me deleitaría mientras su baba cae sin cesar
hasta que deshidratada, desesperada y descolorida
me diera cuenta que yo sí era ella
y no tendría tiempo ni para pedirme perdón.

Scat

  Surgió el scat, inesperado, surgió y latía, fluía intrépido un caleidoscopio de notas que arrancaban los tendones del guitarrista de un lugar oculto ni él sabe dónde, ahí donde lo más puro y magnífico encuentra vía de escape, desembocando justo en el ombligo de la escucha. Caía como lluvia sobre los corazones sedientos de las una-sola-persona que lo acompañaba. Movida de conmoción, ella hizo papel picado su timidez y soltó la primera nota, haciéndole cosquillas al ronroneo de las cuerdas. Ahora sí que se la estaban jugando. Turno por turno se dejaban lucir, desfilaban sus mejores pilchas con sabor a otro tiempo y tez negra, se sorprendían de reojo entretejiendo una sola y la misma sonrisa. Llegaba de lejos el ruido de lo ajeno, ritmos desacompasados, desesperanzados, una frenada por acá, una puteada marca taxi versus bicicleta, un perro histérico de tantas horas tras las rejas, muchísimos pasos apurados, encascados tras algún que otro aparato sin pilas porque eso es muy vintage y el futuro llegó hace rato. Aunque no para todos, porque pese a que lo ajeno era indudablemente existente, no se hacía presente en ese cuarto. Ellos no advertían la tensión, ellos estaban tan embebidos en su menjunje vital que nada podían atender a otra cosa. Pasaron siglos, cuatro minutos quizá, antes de que el tema pidiera un descanso, y se fue dejándolos con esa plenitud que deja un buen plato de polenta con salsa y queso. La eternidad cada instante que hacemos nuestro. Y entonces cayó el telón, que sonaba más a pequeña pausa anhelante que a despedida, pero era un finito concluyentísimo. La guitarra retornó a su funda, los tendones al mate, la garganta a esa anécdota viejísima sobre el colombiano del colibrí que le cuento a todo el mundo y siempre me contestan que ya la conocían, pero que les gusta cómo la cuento, así que va de nuevo, y ya estábamos en el mundo como nuevos, habiéndole regalado a la vida un buen trago, porque por más derrames de petróleo y tráfico de órganos, nosotros también sabemos tocar el amor y hacer magia.

Hija de la Luna

(A la muchacha Alma de Agua)

Hija de la Luna, de la noche permanente
dormida con el cántaro de los pájaros nacientes
y el arrullo de esos autos que corren quién sabe a dónde
dice tu voz niña palabras tenebrosas
palabras que sienten, palabras que mienten.
Lobos ladran en esquinas distantes;
quisieras tener su sangre salvaje.
Sólo te queda admirar su vagabundeo brillante
su andar, sus rodeos, su paseo indiferente
tu mirada inquisidora se guarda lo más importante
tu sonrisa sólo aflora en el silencio
en la escucha paciente, anhelante.
Encontraste hogar entre tanto sinsentido
arrojada voluntad sin ningún otro motivo
que hacer fuego la maleza
y tu corazón lleno de fisuras
todavía late con violencia
agotando los últimos minutos de la madrugada.
Cierren las puertas, bajen las persianas:
a la hija de la Luna no le hace falta cura.

Ernesto Sabato

XIII


Si se hicieran alinear todos los canallas que hay en el planeta ¡qué formidable ejército se vería, y qué muestrario inesperado! Desde niñitos de blanco delantal ("la pura inocencia de la niñez") hasta correctos funcionarios municipales que, sin embargo, se llevan papel y lápices a la casa. Ministros, gobernadores, médicos y abogados en su casi totalidad, los ya mencionados pobres viejitos (en inmensas cantidades), las también mencionadas matronas que, ahora dirigen sociedades de ayuda al leproso o al cardíaco (después de haber galopado sus buenas carreras en camas ajenas y de haber contribuido precisamente al incremento de las enfermedades del corazón), gerentes de grandes empresas, jovencitas de apariencia frágil y ojos de gacela (pero capaces de desplumar a cualquier tonto que crea en el romanticismo femenino o en la debilidad y desamparo de su sexo), inspectores municipales, funcionarios coloniales, embajadores condecorados, etcétera, etcétera. ¡CANALLAS, MARCH! ¡Qué ejército, mi Dios! ¡Avancen, hijos de puta! ¡Nada de pararse, ni de ponerse a lloriquear, ahora que les espera lo que les tengo preparado!
¡CANALLAS, DRECH!
Hermoso y aleccionador espectáculo.
Cada uno de los soldados al llegar al establo será alimentado con sus propias canalladas, convertidas en excremento real (no metafórico). Sin ninguna clase de consideración ni acomodos. Nada de que al hijito del señor ministro se le permita comer pan duro en lugar de su correspondiente caca. No, señor: o se hacen las cosas como es debido o no vale la pena que se haga nada. Que coma su mierda. Y más, todavía: que coma toda su mierda. Bueno fuera que admitiéramos que coma una cantidad simbólica. Nada de símbolos: cada uno ha de comer su exacta y total canallada. Es justo, se comprende: no se puede tratar a un infeliz que simplemente esperó con alegría la muerte de sus progenitores para recibir unos pesuchos en la misma forma que a uno de esos anabaptistas de Mineápolis que aspiran al cielo explotando negros en Guatemala. ¡No, señor! JUSTICIA Y MÁS JUSTICIA: A cada uno la mierda que le corresponda, o nada. No cuenten conmigo, al menos para trapisondas de ese género.
Y que conste que mi posición no sólo es inexpugnable sino desinteresada, ya que, como lo he reconocido, en mi condición de perfecto canalla, integraré las filas del ejército cacófago. Sólo reivindico el mérito de no engañar a nadie.
Y esto me hace pensar en la necesidad de inventar previamente algún sistema que permita detectar la canallería en personajes respetables y medirla con exactitud para descontarle a cada individuo la cantidad que merece que se le descuente. Una especie de canallómetro que indique con una aguja la cantidad de mierda producida por el señor X en su vida hasta este Juicio Final, la cantidad a deducir en concepto de sinceridad o de buena disposición, y la cantidad neta que debe tragar, una vez hechas las cuentas.
Y después de realizada la medición exacta en cada individuo, el inmenso ejército deberá ponerse en marcha hacia sus establos, donde cada uno de los integrantes consumirá su propia y exacta basura. Operación infinita, como se comprende (y ahí estaría la verdadera broma), porque al defecar. en virtud del Principio de Conservación de los Excrementos. expulsarían la misma cantidad ingerida. Cantidad que vuelta a ser colocada delante de sus hocicos, mediante un movimiento de inversión colectiva a una voz de orden militar, debería ser ingerida nuevamente.
Y así, ad infinitum.

El vals de la vacilación

él
no tenía ojos
&
ella
no tenía boca.

ella
soñaba con colarse súbitamente en algún silencio y dejarlo sin palabras.

él
también lo soñaba, pero su verborragia constante no le permitía decir jamás lo que quería.

-entretanto-
sonó el timbre


los salvó la campana

Presa fácil

[MATARÍA al mosquito gigante que está en mi pared, esperando, al acecho. Es una presa fácil. Debe ser porque está tan a la mano que recapacito: sería un castigo, además de inútil, exagerado e injusto. No me parece bien humanizar animales. Concebimos todo desde el espectro homo narcisus, desde nuestra óptica sobreviviente, temeraria y temerosa. Entonces todo bicho venenoso se vuelve malo, indeseable al punto de merecer ser muerto, culpable incluso cuando se demuestre lo contrario, sólo porque tiene la agencia de perjudicarnos. A decir verdad, yo ya no me como ese verso del complejo de Dios que desarrollaron unos álguienes anónimos un día, y que toda nuestra estirpe arrastra sin poder asomar por fuera de la venda del espejo. Ahí empieza lo artificial, ese boleto sin escalas a la más torpe autodestrucción. Digna del único animal que reniega de su animalidad. (Hostigué al mosquito hasta que voló de mi cuarto, vivo, a buscarse otra sangre que degustar).]

El peligro de las ideas

Vengo jugando con ideas peligrosas,
o con el peligro de las ideas.
Quise vengarme, pagarte con la misma moneda
como si ojoporojo fuera una forma de equivalencia.
Pienso con rencor, con violencia ciega
como si lograse algo más que miseria
como si al herirte porque sí, porque las horas,
porque los miedos a quedar sola,
porque la transparencia dudosa,
porque la inconsciencia es titiritera,
porque la bestia tapada de drogas,
porque alucino y me desconozco,
y llego a querer borrarte
como si al hacerlo, yo no desapareciera.
Quizá tus lágrimas son una excusa.
Quizá no me animo a

Detalles

  Son las tres. Pienso que cuatro tiene seis letras y seis tiene cuatro. Son detalles, como el botón que le arranqué a la camisa y se convirtió en un revelador escote. Detalle como la dirección de la fuerza, que hace que empuje o tire, que entre triunfal y resuelta o padezca ese segundo ridículo de lucha contra una puerta que funciona exactamente al revés. Detalle como la cortesía, después de usted, pero cómo no, muchísimas gracias, que tenga buen día. Detalle como la ortografía, mi gran compañera, mi peor enemiga, cambiando el rumbo de los significantes por un palito de menos o de más.
  Las minucias, lo que se lee entre líneas, lo que delinean las líneas, hay que ver lo que se mira. La existencia práctica y el goce estético dependen del detalle para funcionar. Por eso le busco el pelo al huevo. Que a fin de cuentas tampoco es muy difícil de encontrar.
  Encuentro uñas comidas, poca calma. Poco sueño, mucha cama. Dije que eran las tres, estoy clavada en la mitad de la noche sin saber si conviene descansar lo que resta de la madrugada o aguantar un tironcito más para tratar de ajustar mi reloj al del resto. Flor de detalle, el tiempo. El tiempo que pierdo. ¡Y cómo, y cuánto! Si supieras las variadas, meticulosas, infinitamente refinadas formas de perder el tiempo que elaboré en todo este tiempo perdido... (Me detengo acá, a admirar la fuerza de la retórica. Me detengo de nuevo, a devorar las esdrújulas, porque me pican en la lengua como esa golosina que ya no se vende más, que tenía unas piedritas que se pegaban al chupetín y empezaban a saltar cuando te las llevabas a la boca.) Ay, sí, refinadas formas de perder el tiempo.
  Hace mucho ya que debería encausar mis aguas, pero mi misma juventud me aplasta. Miedo de crecer. Parálisis. Es inevitable, ya sé. Ya no me dan la mano para cruzar la calle. Ya no me dan las manos.
No son más las tres. Pienso que 1, 3, 6, 10, 15, 21, 28, 36, 45, 55. No es casualidad, el 55 es el bondi que pasa por todas partes y por acá. O sí, claro que es casualidad. Lo que me pregunto es si los números existirían si nosotros no los hubiéramos inventado. Me respondo que no, como el tiempo, como la veracidad de las proposiciones, como la gravedad, la violencia y la distancia.
  Ya sé que no tiene sentido, que no conecto una cosa con la siguiente. No lo necesito. Para escribir. Ése es el detalle.

La señora

 Hacía falta corroer mucho para llegarle al fondo. A cada gota de ácido higiénico la pregunta-tormenta se gritaba más fuerte: ¿qué se esconde atrás de las manchas?
 El camino parecía dibujarse solo frente a sus ojos. Los pasos caían inertes, porque la rutina es fácil, porque la costumbre es cómoda, porque ni siquiera la jubilación es esperanza cuando el uniforme es tu propia piel. Su misión era complacer al resto... Quizá cueste un trecho más, pero es eso lo que le habían enseñado, es lo que tenía en los guantes, y no le salía otra cosa que limpiar el espejo en vez de mirar su reflejo.
 Irma llenaba su vacío con las sonrisas del resto y cansaba sus horas para apagar la máquina de pensar. Tampoco estaba tan mal, a veces la patrona le regalaba algo de ropa de temporadas pasadas, aunque nunca se animó a vestirla por ser demasiado cara para su portación de cara.
 Murió tratando de "usted" a los hijos, ajenos, que había criado por dinero y querido por error: los accesos de humanidad exceden el contrato. Suficiente que la tuvieran en blanco.

Se me cayó el tiempo encima

 Carajo, se me cayó el tiempo encima. 
 Hoy me levanté con la cabeza hacia atrás, tratando de ver el principio, pero se me hizo imposible rescatar nada concreto. El principio, ¡qué cosa más lejana, más ajena! No me quedan recuerdos de cuna, no sé cómo era mi risa de dientes de leche, no quedan restos de los juegos del recreo o rastros de cómo me gustaba dibujar los vidrios empañados cuando caía la lluvia en la ventana del comedor. Me miro a mí en mi casa, vieja casi como mis años, tan vieja que entonces vivía mucha más gente que ahora son para mí extraños. No me quedan los gustos de otra cosa que no sea recién, y los únicos sonidos que se me ocurren son bisagras que rechinan, bisagras que se oxidaron de tanto olvido y tanto nadie que las fue a visitar. Perdí el camino...Y sí, se me cayó el tiempo encima.
 Entonces ni me desperecé, ni desayuné, sólo desesperé y corrí al espejo, como hacemos los humanos que tememos a la muerte apenas intuimos las canas, corrí con la ilusión de ganarle un poco al tiempo caído, y del otro lado del vidrio estaba mi cara dada vuelta, mirándome apurada. Me di cuenta que había llegado ese momento en que la presión de "ser alguien" te moja la oreja, tenés que, debés, es imperativo, de otra forma no podés, porque si no, porque entonces, ¡y qué dirán los vecinos! Como si hubiera una sola medida para el éxito. Como si cada cual no fuese su propio dios y nuestros sueños no fueran la más sagrada aspiración. Se lo dije al espejo y dudó.
 Me calcé la corbata. Acto seguido me conseguí un discreto bigote y una elegante barba candado, me lustré los zapatos, descolgué el pantalón recién planchado, engominé mis pelos vacíos de ideas, ensayé una mueca seria y me miré buscando aprobación. Me veía bien. De hecho, me veía tan bien que daba gracia. Me daba tanta gracia que se me escapó una risita. Se escapó tanto que se animó, creció, fue carcajada, y mi ajada cara enajenada, cabeza de caja que no cuaja, se dio cuenta que no podía hacer otra cosa que reírse de los empujes del tiempo. Señores, yo nací para la payasada. Voy a recuperarme, a volver al principio.

 Decía que sí, siempre, sin siquiera simular, ni esperaba a que le preguntasen. Abría. Era más fuerte que toda otra voluntad, era un impulso que nacía y se adueñaba de su cuerpo de títere, rodando sus hilos por todos los rincones, con todas las compañías, pese a todos los climas, bajo techo y cielo raso, sobre el pucho, en el pasto y a la postre. Abría porque la duda era su máximo terror. Sí al descuido, a la palabra inoportuna, al desafío, al descaro de ser joven y de hacer malas inversiones pero buenas diversiones. A veces despertaba en el momento inmediatamente anterior al tropiezo, hasta sabía que eran piedras conocidas, sabía y sí, se volvía a dar contra la pared. Terminó siendo sommelier de venenos, recolectando anécdotas agridulces en las cuatro esquinas de la brújula. Abría, total, el no ya lo tenía. El no se le aparecía como lo único cierto, un camino tomado de antemano tan fácil como quedarse o tan difícil como virar. No, la única palabra que jamás se animó a decir, ni para sí.

Julio Cortázar (profanado)

Doble in(ter)vención

Cuando la rosa que nos mueve
cifre los términos del viaje
cuando en el tiempo del paisaje
se borre la palabra nieve

cuando las cruces no nos pesen
y las risas no lleguen tarde
cuando desafiemos la calle
sin tener que pensar dos veces

habrá un amor que al fin nos lleve
hasta la barca de pasaje
y en esta mano sin mensaje
despertará tu signo leve

Creo que soy porque te invento
alquimia de águila en el viento
alas de tinta y voz de espejo
inalcanzable y siempre dentro

desde la arena y las preguntas
y tú en esa vigilia alientas
la sombra con la que me alumbras
y el murmurar con que me inventas.

Cinco segundos

 El curso de nuestras vidas se define por diferencias mínimas. Hoy, la distancia más enorme, más irremontable, fueron cinco segundos. 
 Los trenes que alcanzan el andén apenas llego, las respuestas que se dan sin esperar a que formule la pregunta, los regalos que andaba precisando, las frases dichas al pasar que marcan bisagras en los oídos de los demás, las plumas que caen en medio de mi camino, los desencuentros fortuitos o no tanto, las muertes evitables, los compañeros de banco, queda todo a dos pasos. Todo lo que conozco, todo lo que sobrevivo, todo lo que se ve afectado por mí puede no haber sido, pero es, por distancias de cinco segundos, por agacharme a atar mis cordones o cruzar la calle antes de que cambie de color el tipito del semáforo, por saludar y pasar de largo o quedarme charlando un rato. 

 No creo que todo lo que pasa, pase por algo, pero quizá la naturaleza sí sea sabia.

Acaso, canto al fracaso

 Perdón
si no tengo miramientos al señalarte,
a veces me subo a un pedestal patético
y lanzo al mundo mi furor escéptico
pero nunca pretendí realmente alcanzarte.

 Tal vez mis señales llegan a medias,
y media un abismo entre la razón que creo y la que tengo,
y soplan vientos que me van secando las ideas,
y mi falta de luces me devuelve al azul del tango,
y, temeraria, me arrojo al baile,
que por lo menos eso no me lo quita nadie.

 Pero todavía lloro y soy distante,
todavía me escudo e insisto,
porque disto de ser lo que se espera.
 Yo guardo todo lo que no muestro,
yo soy amiga de las máscaras,
yo también soy lo que no parezco,
pero no engaño, sólo silencio.

 Perdón
si por orgullosa soy también terca,
entonces soy frágil y tensa,
entonces soy cruel y perversa,
entonces soy torpe y opuesta,
y no me animo a sacarme las vendas
porque a mí me es más fácil desnudarme en una avenida
que aceptar que tengo que darme por vencida.

 Entonces lo único que tengo es mi transparencia
y la convicción de que a pesar
o a través
de tantas batallas perdidas,
lo bailado, nadie me lo quita.

La risa

 ¿La distancia más chica entre dos corazones?
 La risa.
 Irreprimible, espontánea, atrevida, estimulante. Negra, ácida, insólita, cruda. Contagiosa, cálida, solidaria, sanadora. Infantil, veraz, juguetona, abierta.
 Te digo que lo único por lo que vale la pena algo de todo esto, es la risa. Somos animales racionales, ¿cierto? Y eso es más una condena que otra cosa, ¿cierto? Sin embargo, sabemos reír. Inventamos mil formas de hacerlo, algunas más sofisticadas que otras, pero siempre que sea sincera será valiosa. La risa acerca porque relaja, porque aliviana la tensión de estar tan encerrados en el contratiempo y en este trámite de vivir. Nos juntamos para reírnos, nos perdonamos sonriendo, nos enamoramos con el sentido del humor, nos infundimos coraje a carcajadas.
 Te digo que pese a la malaria, las canas teñidas, las piernas frígidas, hay risas escondidas en toda esta podredumbre y no dan más de esperar. Se comen las uñas, se dan de cabeza contra la fatiga, se preguntan unas a otras en qué momento murió ese asombro que les abría tantas puertas, se acalambran de tan quietas y encajonadas, se vencen.
 Te digo que salgamos y ayudemos, que tanto no cuesta dejar de tener
miedo.

De vuelta a casa

 Hace falta, cada tanto, sentirse. Mirar el propio reflejo en algún vidrio de algún café sobre alguna calle, preferentemente adoquinada, y notar que no sale humo de la tapa de la cabeza, ni están las dos acostumbradas líneas preocupadas entre ceja y ceja, ni una mueca cansada y gris se dibuja en la boca. Verse al contrario radiante, andante, amante, sonante, instante. Ver qué se es, ver qué se hace, que se es aquello que se hace y se hace lo que se es. Por desafío y falta de costumbre, verse. Atravesarse, besarse, cuestionarse y contestarse.
 Después viene bien seguir de largo, no enamorarse tanto del ombligo, que más allá de la nariz se extiende amplio el infinito, y quizá tomar por una callejuela poco usual, aunque yo siempre elijo la misma, esa del perro guardián que, por alguna razón que desconozco, siempre me ladra furioso y me persigue, pero nunca me lastima. Y disfruto de la magia de esos cien metros bañados en luz de mercurio, hojas tornasoladas de árboles ancianos, y en cada orilla las casas bajas, y un surco en el cielo para poder ver las pocas estrellas que se acercan hasta esta ciudad extraña, anónima y tan mía, y doblo en la esquina para llegar de vuelta a casa.

(http://www.youtube.com/watch?v=1Wf9X4AACUE)

Espejo roto

Caída cada día.
Final, ¡al fin!
Punto: tu No.
(Telón lento)
Cierre. Ríe... cree.
Crisis - Catarsis
¿Hoy? Ya no.

Ciclocircocircunferencia





 Todas las hojas en blanco invitan
y cada hueco es oportunidad.

Dejarnos pasar, entonces,
no es error
ni omisión
ni sumisión;
es decisión
alteración
construcción
revelación.

Pero no me animo a dejar pasar
y eso sí puede ser un error.

El devenir devendrá,
y me llevará con él
como hace el viento con las hojas secas,
como hace el cuerpo con la piel muerta,
como todo ciclocircocircunferencia
sin término ni comienzo,
sin parpadeo ni silencio,
circulando sin titubeo
ahí por donde no hay que rendir cuentas
ni hacerse cargo de sus injusticias
ni sufrir retrasos y ausencias
latiendo por sinrazones de inercia,
aquel empujón que desató esta cadena
que se ata a mis piernas
que me imanta y me arrastra
hacia las mismas calles desiertas.

Lo único que me cura del pánico
del futuro pálido
de la quietud histérica
del reflejo clásico
de la negación acérrima

es cómo cae todo caos circundante cuando canto.

Jorge Luis Borges (I)

El sueño

Si el sueño fuera (como dicen)
tregua, un puro reposo de la mente,
¿por qué, si te despiertan bruscamente, 
sientes que te han robado una fortuna?

¿Por qué es tan triste madrugar? La hora
nos despoja de un don inconcebible,
tan íntimo que sólo es traducible
en un sopor que la vigilia dora

de sueños, que bien pueden ser reflejos
truncos de los tesoros de la sombra,
de un orden intemporal que no se nombra

y que el día deforma en sus espejos.
¿Quién serás esta noche en el oscuro
sueño, del otro lado de su muro?



Lo que soltó el viejo

 Una mecedora vieja, rechina. Un viejo meciéndose, silba. Hombre reservado, voz ronca de tabaco y silencio. Unos lentes flojos por el uso, funcionan. Años que pasan sobre un regazo sin nietos que lo visiten.

 La casa fue conquistada por enredaderas y telarañas. Está a un par de kilómetros del pueblo, sobre una callecita de tierra que va a parar a la ruta del desierto. Es un lindo lugar para ser una vaca, pero es el infierno de los mochileros: en este rincón del mundo es tan inusual ver caras nuevas, que la gente se asusta y los ahuyenta a escupitajo vivo.      
 Sólo yo, diario en mano, pedaleo hasta su rancho cada domingo. Las únicas páginas que toca son la de los crucigramas y la de las historietas, el resto es alimento de salamandra. No cruzamos nunca más que un buendía. Hasta que descendió Huracán.      
 Yo sabía que era del globo porque tenía un banderín colgado en la cocina que se veía por la ventana. Pero por más que trataba de sacarle tema y le preguntaba por el partido, nunca me respondía, ni siquiera movía una comisura. Cuando me di cuenta que no era sordo, sino sólo un amargo, me irrité y dejé de intentarlo. Y como no soy mala leche, no me iba a reír de él, que ya tenía bastante con ser de la B. Así que le alcancé el diario, y acá la cuestión: me dirigió la mirada y la palabra, inolvidable. Primero me contempló. Estaba quebrado. Acto seguido soltó: "Todos somos necesarios, pero ninguno imprescindible."
 Me avisaron al otro día que dejara de pasar por su dirección. Nunca más volvió a comprar el diario.

Sueños, sueños son

Los sueños son para soñarlos, no para cumplirlos. 
Cumplidos son un orgullo que con los minutos vuelven insípido.
¡Vacíe su bolsillo, dama; pierda su cartera, caballero!
Aquí hay más para los que quieren menos.
Llenémonos de sueños, ilusiones, fantasías, ficciones, y vamos a tener el corazón repleto.

Ruleta XVI

 1. Yo, ahora.

 — Te voy a dejar comenzar—, me suelta amenazante, y me lo pasa. Pesa distinto de lo que mi mano suponía. El Roto, un híbrido de gángster, gitano y proxeneta con aliento a siglo pasado, había chequeado antes: tres y tres, magnífico equilibrio. Parece haber algo de hipnótico en el girar del tambor, una atracción que suena a fatalidad. Me siento algo débil; es exasperante saber que, incluso ganando, no voy a sacarme de encima las miradas heladas que despide mi contrincante. A él se lo nota curtido, un rostro poco armónico, tachado de peleas y calles, un par de ojos entrecerrados y burlones que me miden tras un gesto sereno, por encima de toda situación. Tiene la piel dura de años duros, sus pitadas parecen rendidas a lo que dicte la fortuna, y resulta de todo aquello un espécimen extrañamente vivo. Quizá sea eso lo que me trajo hasta este abismo: ellos se ven tan vivos... ¿Guardará alguna relación con la cantidad que caen en el camino? Imagino que absorben el último momento desesperado de los que pierden, justo en este ahora donde se condensa toda mi fuerza vital, donde estoy en el borde, él, como toda su especie, se prepara para asegurarse otra victoria en el bolsillo.

 Se supone que ahora viene el repaso relámpago, el maullido de Mina, el patio del colegio, la abuela haciendo pan con manteca, las puertas del teatro, la sonrisa de Lautaro, esa esquina con lluvia, algún amanecer fantasma, el mal trago definitorio antes de llegar a este bar... Y en vez de eso tengo una muñeca tensa, que quiere temblar y no se anima. Traigo el martillo. Ya está, si él dejó de dar vueltas, se espera que yo haga lo mismo. Abro la boca. Disparo.



 2. Aquel, entonces.

 No, no salió. Casi podía verse la adrenalina recorriéndole el cuerpo, la euforia de pasar viva la primera prueba. Le brillaban los ojos con ganas de volver a gatillar. Pero no son esas las reglas. Era el turno de él. Prefirió no decirle nada, no quería delatar su absoluta sorpresa, que igualmente se notaba en su palidez de principiante. Apoyó el arma sobre la mesa y se la acercó humildemente, sacando rápido la mano antes de tener cualquier tipo de contacto físico. Apenas la devolvió se animó, por un instante, a temblar.

 Se trataba del Smith & Wesson de la casa, un Modelo 29, más que clásico. Yo le tengo mucho cariño, casi se diría que nació conmigo, pero es más acertado decir que yo nací con él. Si lo ofrecí esa noche fue porque se trataba de una ocasión bastante peculiar: no es nada común que uno que lleva años en esto se busque una presa chica como su último trofeo. Pero Sátiro quiso, y no podía menos que ofrecerle mi revólver. Es un tipo lo bastante impredecible a decir verdad. Yo asentí desde el principio, prefiero no meterme demasiado porque gano más sabiendo menos. Total los charcos son siempre igual de rojos y la comisión es siempre igual de generosa.

 Él lo tomó con la misma naturalidad con la que lo hizo su hermano la última vez, aunque con algo más de elegancia. Se lo notaba divertido, chispeaban sus ojos celestes con un desdén desacostumbrado pero sin desprecio. Nunca le gustaba terminar tan rápido; había llegado incluso a tomarse una copa con su rival antes de empezar a jugar, sólo para que dure un rato más. Sucede que con el tiempo los vencedores le van tomando el gusto al esto, hasta que pierden toda capacidad de asombro y sus visitas al Artaud se les vuelven un vicio cada vez más insaciable. Son gente indolente, que por necesidad o necedad terminan rechazando el dictado natural de supervivencia, y aprenden a fijar la mirada altiva hasta el último gatillazo. Así, se construyen de a poco un aura de inmortalidad cuasi mafiosa que pareciera torcer el azar en su favor. Me los sé de memoria. Muchos son legendarios, pero ninguno lo es tanto como Sátiro. Creo que terminar su carrera con una nueva, y de tan poca monta, fue sólo una demostración más de su desprecio hacia todos los que pusieron precio a su cabeza.

 Automáticamente amartilló, acomodó el caño bajo su pera, le guiñó un ojo a la única mujer de menos de cuarenta años que había pisado nuestro sótano, y, para terminar el ritual, lanzó un aullido al tiempo que disparaba.


 3. Ellos, finalmente.

— ¡Bang! Estoy liquidado. ¡Ja! Una verdadera lástima, che... Será turno entonces de la señorita... ¿cuál era tu nombre, preciosa?

— Cala.

— ¡Cala! Inolvidable, si te van a llevar a mi tumba... Aguantá, tomémonos un último trago, ¿sí? A mí a esta altura ya me satura un poco que sea todo tan frívolo, necesito hacer algo de sociales antes de enfrentarme a la Parca. Somos muy amigos igual eh, no te creas, pero la paso mejor si tengo una ginebrita encima. Che, Roto, ¿no te traés el Bombay que tenés en el fondo? Dale, no seas agarrado que es mi última noche por acá. ¿Vos estás bien con eso, o querés algo más suave?

— Da lo mismo, no voy a tomarlo.

— Pero, nena, no seas tan dura, que es un trago nomás. Tranquila que no te voy a llevar a la cama después, acá somos todos amigos hasta que la muerte nos separa.

— Ya lo sé.

— Y bueno, ¿entonces? ¿Qué te cuesta regalarme una copa? Es sólo un minutito más, después, te vas. No te lo tomes a mal tampoco, no me causa gracia. Para nada, che, una piba tan linda... ¿Cómo caíste acá? Este es un lugar bastante reservado. ¡Ya sé! A que tu papá era amigo de Fino, o algo así. Porque el Roto dijo que no te conocía, así que no sé por qué te dejó pasar. Es esa, o sos cana y te la estás jugando. Uy, esa sí que me gustaría verla, todos los tortugas entrando acá a tratar de apretarnos. Ja, hasta me dan ganas de mandarme alguna y ver quién salta. Pero ya estoy grande... Van a ser veinte años de esto, ¿podés creer? Más o menos tu edad.

— Tengo menos. No soy cana.

— ¡Epa, en serio sos muy piba! Al menos no sos yuta, no hay nada que deshonre más a una mujer que meterse a policía. ¿Me querés decir qué carajo hacés acá? Yo por tus años me dedicaba a hacer música en el tren y vagar por antros de mala muerte matando el tiempo. Algo como esto, pero de otra clase. No te imaginás los malandras que hay cerca del río... Después la cosa se puso mejor, te confieso. Cuando te metés en esto no hay quien te pare, ya te hartás de tanta guita. Claro que nunca dura mucho... Y ahí te vuelve la sed, que en realidad no se fue nunca, sólo estaba distraída. Uh, ahí viene el viejo con los tragos. ¿Tomaste ginebra alguna vez? Y, no, qué vas a haber tomado si apenas terminaste la escuela vos. Servite. Al principio quema, después se deja, y al final vas a querer otro vaso. Una lástima, che, una lástima... A tu salud, Cala mía.

— Salud.

 Vaciaron sus vasos de una sola vez los dos, mientras el Roto miraba la escena sin hacer un gesto. 

 Ella se aferraba al mantel con ambos puños para pasar el ardor de la ginebra. Cuando el fuego alcanzó su estómago, sin dudarlo, cargó y llevó el caño a su sien, apretando bien las muelas. Respiró profundo una vez más. Se sentía más viva que nunca, no había lugar para cargos de conciencia, para recuerdos, para revueltas. En su cabeza sólo quedaba espacio para una certera bala de plomo, atravesándola de principio a fin. 

— Che, ¿no me dejás el casquillo? Como recuerdo. Linda la guachita. ¿Quién era al final? ¿Qué era, alumna de don Serafín?

— Si no necesitabas saberlo antes, menos ahora. Te conviene no volver. Otra no pasás, sería la diecisiete.

— Ya veremos Rotito, ya veremos... A veces creo que en el fondo siempre quise perder, desde la primera vuelta. Pero no me dan el gusto. Cuidate, viejo.

Decí MU!

"Ante el pesimismo de la razón, oponemos el optimismo de la práctica y de la esperanza. Unámosnos los artistas, los locos, los poetas, los periodistas, los músicos, antes que los normales hagan estallar el planeta."
Franco Basaglia
 A propósito de la represión en el Borda, llegué a un programa radiactivo (http://lavaca.org/deci-mu/deci-mu-temporada-2013-habemus-capusotto/) con el señor Capusotto como invitado estelar, donde se habla de lo que significa la pelotudez, de los personajes televisivos, de Bergoglio, y también del citado Basaglia.
 Franco Basaglia fue un psiquiatra veneciano, pionero de la desmanicomialización (decilo rápido si te animás), esto es, la reinserción de los enfermos psíquicos a la sociedad, mediante tratamientos menos agresivos y dopantes, como la instrucción de un oficio -lo que se hacía en el recientemente destruido Taller 19 del Borda-, o talleres de arte y deportes. Para saber más de lo que pensaba, hay un artículo de Página/12 que lo ilustra bastante bien:
http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-133467-2009-10-15.html
 Por último MU, lavaca, es una cooperativa de medios autogestionados, independientes, compartidos, bajo el estandarte del anticopyright. En síntesis, todo eso que me gusta.
 Pasen y vean, no los voy a defraudar: http://lavaca.org/


Errar es robótico.

 Antes de hacer un comentario, ella me dijo: "Demuestra que no eres un robot". Siempre me pongo nerviosa con eso de demostrar mis condiciones, así que decidí desviar su atención contándole de mí, que a veces me olvido de bañarme, que hoy desayuné un té frío a las cuatro de la tarde, que de mi infancia me quedan un oso de peluche rosa y algunas fotos de gente que no estoy segura de recordar, que no me gusta el ceño fruncido de mi vecina la evangélica, y mucho menos su hija que parece risueña pero que esconde un profundo odio hacia todo lo que no sean sus papás, y en este contarle le pifié en el captcha. A la mierda con que errar es humano, resulta que soy un robot y no puedo ni hacer un comentario.

Mario Benedetti

SUBURBIA

En el centro de mi vida
en el núcleo capital de mi vida
hay una fuente luminosa
un surtidor que alza convicciones de colores
y es lindo contemplarlas y seguirlas

en el centro de mi vida
en el núcleo capital de mi vida
hay un dolor que palmo a palmo
va ganando su tiempo
y es útil aprender su huella firme

en el centro de mi vida
en el núcleo capital de mi vida
la muerte queda lejos
la calma tiene olor a lluvia
la lluvia tiene olor a tierra

esto me lo contaron porque yo
nunca estoy en el centro de mi vida.

Que sepa abrir la puerta para ir a jugar

 Saber es don y castigo, saber abre caminos en la mente, y eso más que aclarar oscurece. Hay mucho de lo que no quiero enterarme porque la ignorancia y la credulidad son cómodos resguardos. Es el beneficio de ser idiota, que ser ajeno ahorra tantos problemas, tanto cargo de conciencia... Y sin embargo no puedo conmigo, es este escozor curioso que me hace entrometerme, eso siempre está de más, pero en el momento no parece venir nada mal, y así me entero, y así conozco, y así también me deslumbro, me nutro, construyo. Hay quienes nacimos para esto, inútil escaparse. Nací compulsiva, crecí cuestionando, y cada respuesta que se presenta queda automáticamente tapada por la infinidad de preguntas que desata. No tiene un sentido ni una dirección; el amor por el conocimiento brota solo, empuja, desplaza todo ánimo de ceguera. Necesito saber para seguir, necesito ser espectadora de más verdades, aunque parciales, para que entonces nazcan mis verdades. Y ellas sólo sirven para tener un lugar desde el cual seguir preguntando. Abro los ojos y me encuentro confundida, en un círculo vicioso. Abro los ojos y me siento real, viva, por complicado que eso sea. Abro. Y salgo a jugar.

A las corridas

 Vida vértigo. Parpadeo. Acto reflejo. El sudor, las sábanas revueltas, la persecución de los sueños y los sueños recurrentes. Me levanté sólo para romper la última foto que me quedaba. No hay cómo retroceder, cómo anticipar, cómo recuperar, cómo. Suena una alarma. Claustrofobia. El peso del afuera y su costumbre. El futuro son los niños, eso dicen, pero ni los dejan jugar. El presente somos todos, eso digo, cada paso es decisión - desafío. No decidí subirme a este destino, pero puedo elegir en qué momento bajarme. El castigo es el menú del día. Corro, escapo. Hay cosas que no cambian jamás. Es adaptarse o salirse.

(A veces me pongo tan drástica, tan dramática...)

Payasos tristes

 Existen también los payasos tristes. Son especímenes difíciles, así que yo le recomendaría que se ande con cuidado. De un humor alternativo, hasta a veces paralelo, se confunden entre la gente sin necesidad de maquillaje. A decir verdad, no suelen pintarse. Saben que su mejor arma nace de sus pupilas. Tienen además, un peculiar olfato que detecta las flaquezas del público. Cualquier payaso triste es consciente de que cuesta entender su juego, ¿acaso su identidad no se basa en una terrible contradicción? Naturalmente, esperamos reírnos con un payaso. Y cuando no es así... Hay quien lo rechaza, sin aceptar que no se esté desviviendo por sacarnos una sonrisa, sino que al contrario, nos inunde de melancolía. Hay asimismo quien le toma un cariño maternal, y lleva su empatía a niveles insospechados. El payaso triste es hábil, conoce a fondo la miseria humana y nos interpela, cínico, mordaz e inofensivo.


 Durante un largo tiempo parecieron extintos, resultó que las calles se plagaron tanto de histeria y gente hipócrita, que habla desde los dientes, que se esconde en la hiperactividad, que llegamos a creer que los payasos tristes eran sólo un recuerdo empolvado, que ya a nadie le interesaba explorar las profundidades de la tristeza. La incertidumbre, la turbación, se habían convertido en malas palabras. Se habían intentado borrar mediante técnicas energizantes, pantallas acribilladoras, ruidos alarmantes, pero fue inútil. Es importante saber que la tristeza no es la ausencia de la felicidad, sino que coexisten en un equilibrio cuestionable, y que hay también algo mágico en el dolor. Una chispa, algo que nos despierta y nos motoriza, que impulsa la catarsis, algo que la ansiada felicidad no puede darnos, porque se encuentra sólo en la tiniebla quieta. El payaso triste es tan necesario como el payaso alegre, pero si vamos un poco más allá, el payaso triste es más real. Está ahí, como un espejo, gritándonos en una mueca pasiva que la tristeza es sólo una parte más de la vida, y que quien sabe sufrir es quien mejor sabe reírse.

Distinto

 Un lugar distinto puede aparecer... vos también pensaste eso, que era mejor apelar al olvido, que el tiempo se lleva los dolores, que es mejor no hablarlo, no pensarlo, no tocarlo. No se va en absoluto así, ¿me vas a decir a mí? Cambiá, crecé, y ahí vemos. Sé de momento que no es casual la soledad, y en un punto, por instantes, las únicas riendas de tu vida están en tus manos. Podríamos pasarnos la vida tratando de averiguar si la casualidad es causal, pero en el transcurso no habría trayecto, así que sólo queda injusticia y las ganas de hacer para tomar un mejor rumbo. Los lugares distintos pueden aparecer, pero eso jamás implica que vayan a hacerlo. Entonces, ¿qué me decís de aparecerte diferente en los mismos lugares? Todos los días somos algo nuevo, distinguido, un poco más vivo, un poco más muerto. Todos los días nos levanta el mismo Sol sin siquiera darse cuenta, como es de esperar. Todos los días nuestra conciencia hace un esfuerzo incalculable por recopilar todo el pasado que tenemos a mano para saludarnos y decirnos: vos sos. No te pido que luches contra tu naturaleza, o contra tu tristeza, o contra tu rabia, eso no, dejalas ser, actuá según lo que brote de ese rincón pulsante de vida que se esconde atrás de tus costillas. Te pido, sí, que no te entregues a la comodidad de la queja infinita, del proyecto trunco y la juventud perdida, ¡qué va! Ya de eso se ocupan otros muchos infelices. Vos no sos nada de eso, y ya sé que fallaste, no entiendo por qué te pesa tanto ser irremediablemente de hueso y carne. No viniste hasta acá para avisarme que vas a disolverte sin más. Sé de gente que ha hecho grandes cosas con sus obstáculos: sé de artistas y benefactores, sé de luchadores y suicidas, sé que no me importa qué camino gusten tus pasos, pero quiero ver una mirada convencida, entera, y viva hasta el último trago de este aire, lastimosamente envenenado. Hacé, no me cuentes qué, no hace falta, pero hacé, y sé todo lo feliz que te salga.

Alejandra Pizarnik

17.

 Días en que una palabra lejana se apodera de mí. Voy por esos días sonámbula y transparente. La hermosa autómata se canta, se encanta, se cuenta casos y cosas: nido de hilos rígidos donde me danzo y me lloro en mis numerosos funerales. (Ella es su espejo incendiado, su espera en hogueras frías, su elemento místico, su fornicación de nombres creciendo solos en la noche pálida.)

La visita

 Acomódese donde quiera... Está un poco desordenado, espero no le moleste. ¿Mate? Ah, cierto... En fin, sé por qué vino, ¿se supone que debo pronunciarme al respecto? No me llega, dispénsenme: no lo termino de entender. Habré de sonar egoísta tal vez, pero no es más que la verdad. Siento el asunto como si... No, mejor dicho, no siento el asunto. Estos años -que fueron unos pocos días- trajeron consigo una barrera, una coraza hecha de olvido, o de recuerdo insensible. Le repito que a mí todo esto no me llega, aunque me toque de cerca, las estaciones seguirán su rumbo y con ellas seguiré el mío. Agradezco sus palabras porque suenan verdaderas, y su dolor está, su cabeza se plaga de remordimientos, se inquieta. Le digo nomás que ya sopesé todas las posibles preguntas y respuestas, incluso sin pretender que se apareciera, y sin embargo ahora que me pregunta no me sale mucho otra cosa que el silencio.
 Está enfrente mío buscando una solución, una muestra de lo que yo era que le sirva para recordar quién era usted. Aunque no lo diga directamente, es sabido que busca de mí una palabra que dilucide algo en esta caótica quietud. Pero, ¿qué quiere que le diga? Ya no estoy para engaños, más bien diría que ya ni estoy. Antes de lo que pasó, que es ciertamente trágico, y créame que lo entiendo más que nadie, créame que tuve tiempo de sobra para imaginar que algo así iba a ocurrir y que entonces usted vendría hasta mí con el pelo revuelto y el paso cansado; antes de eso ya había en mí una pieza extraviada en el bolsillo de alguna otra tragedia.
 En cierto punto, que me resulta imposible de rastrear, comenzó mi destierro. Despacito fui alejándome de todo lo que me rodeaba, un tanto por resguardarme, otro tanto por lastimarme. A veces hacemos esas cosas, no sé si a usted le pasó... No siempre actuamos en consecuencia, claro que no. Hubo días con sus noches y los amaneceres siguientes, en los que maté tiempo haciendo todo aquello que no me gusta, caminando a la inversa, que de ninguna manera significa regresar. Es imposible regresar, téngalo siempre presente, y quizá se salve de esperar que los colectivos se salgan del recorrido para volver a casa. Tampoco busque lo que no quiere encontrar, porque es seguro que se le va a aparecer en la primer esquina inesperada. Algo sabía Murphy, aunque no mucho, porque muchas tostadas con manteca se me salvaron.
 No sé por qué le cuento todo esto. Debe ser que necesito que entienda, al menos, cómo llegué hasta aquí y ahora de esta manera. Debe ser que, incluso cuando no me irrita su mirada decepcionada, no quiero que crea que venir hasta mi puerta fue en vano. Porque no me llega esto, pero sé quiénes fuimos, y respeto su preocupación, que en última instancia deja entrever algo de cariño. ¿No es gracioso cómo nos transformamos? Nadie sabe ya a qué distancia nos encontramos, y eso que si estiro mi brazo puedo tocar su cara. No serviría de nada. Le ruego que no le dé más vueltas al asunto. Usted no fracasó. Y yo, mucho menos. Yo ya no pertenezco a este lugar. Y todo lo que surge y explota en mi cara, en realidad no está sucediendo, o al menos no a mí. Conservo mi humanidad, no se haga problema, y aunque dudo de conservar mi cordura, tengo la certeza de tener la mente cada día más lúcida.
 ¿Conoce la salida, o necesita compañía?

I.II.III.


I. 

Desde el principio supe que te iba a cruzar un día sin fecha, sin querer. Miento, lo supe desde el fin. Cruzarte sin querer en alguno de estos pasillos mugrientos que desafían con sus carteles violentos, con sus defensas que atacan, ataques que no defiendo, con su odio hecho frase hecha, con su pálida falta de argumentos, cruzarte sin querer en cualquier momento.
 Yo voy a estar, naturalmente, corriendo; vos, como siempre, haciendo tiempo, y sin querer va a estar ahí el reencuentro, el abrazo que casi nos fusiona en un sólo cuerpo, la falta de palabras, las caricias que añejo, y si te digo que extraño hasta decirte que te extraño no te miento, y qué feliz que me hace encontrarte sin querer, pero queriendo.


II. 

 Pero queriendo... No, así pierde la gracia, si fabrico el momento, ¿dónde está la magia? Sin embargo ahí estás, en la encrucijada, desde el túnel te veo y desde el miedo me acerco. Yo no quería, yo ya no quiero, ¿y si me escondo?, no, mejor sigo que capaz me reconocés y hasta me regalás una sonrisa, sí, mejor sigo y freno acá que estoy a un paso de tu camisa, sabés que a mí siempre me gustaron tus colores, y qué rara se vuelve la sombra mientras la tela traza un círculo de aire en el que tu cuerpo gira, y entonces choco con tu mirada chocando con la mía, y nunca te sentí más lejos, mientras seguís tu ruta sin dedicarme un gesto. Creo que tal vez "sin querer" sea un invento, que siempre quise, siempre quiero, que salgo de la celda y merodeo sólo porque te gusta la Luna, porque sé de ese amor fanático, lunático, que mantuvo caldeados los recuerdos, aunque el año pasa lento cuando espero, cuando intento, sin querer pero queriendo.


III. 

 Y ahora ya ni eso, ya ni recuerdo, ni intento, ni espero, ni quiero no queriendo, no queda ni viento, y el colorín ceniciento es que a fin de cuentas o a fin de cuentos no somos lo que nos merecemos. 
 Mas voy a escribir hasta que la tinta se acabe.
 Más voy a escribir. Hasta que la tinta se acabe.
 Hasta que la tinta se acabe voy a escribir más.
 Mas, a escribir voy, hasta que


(Voy hasta la tinta, ¿a qué escribir más?)

Arremeto con calma

Arremeto con calma,
inofensiva como nunca.
Las manos en la espalda,
los ojos en la nuca,
aprendiendo de otras huellas
y de mis horas oscuras.
Arremeto con calma,
con intenciones puras.
Soy cirujana de mi alma,
soy mi propia sepultura,
soy toda vida posible,
soy herida y también cura.
Arremeto con calma,
premeditación y soltura.
Confío, y doy paso
a una nueva criatura
quizá un poco más sabia
pero no por eso más astuta.
Arremeto con calma,
que a mí nadie me apura.

Sincera mente su(r)real

CRUZARTE
                         POR FRIDA
CRUZARTE     
                       MONTADA A UN OVNI GALOPANTE
UN PUÑADO DE ROSAS EN RAMO, 
QUÉ...
            AH, ¡QUÉ FALTA DE INSPIRACIÓN!
INSPIRO. SUSPIRO.
                                   RESPIRO. EXPIRO.
LIGIA
               PIRO
                         MANÍ
                                     ACÁ

TUVE QUE HACER MEMORIA
                                         SINCERA
                        MENTE
                  SU
            (R)
REAL.

Retrato de un despertar

 Tirada, al resguardo de la frazada. Este otoño llegó crudo, en un parpadeo los árboles son alambre y las veredas tienen alfombras. Apago el despertador antes de que suene. ¿Cuándo inventarán un levantador? Eso sería mucho más útil, porque una vez levantada es obvio que voy a despertarme, pero no viceversa. Todas las mañanas es similar: la cama me absorbe. Quiero deshacerme de ella, late una voluntad entre toda esta pesadumbre cómoda y bastante patética que tienen las mañanas ojerosas. Si me callo por dentro, hasta se escucha un poco. Un susurro, el roce de mis órganos al moverse. Son increíbles, tengo algunos que nunca descansan. Algo tiembla y empuja todo lo que encuentra a su alrededor. Se llama: fuerza centrífuga.
 Antes de poder hacer algo al respecto, se me salen los tímpanos. Conservo los ojos, de suerte, porque mi párpados seguían bien cerrados. Ahora ya no puedo ver, en cambio escucho de más. ¿Y cómo voy a protegerme de la desinformación? Bueno, ojos que no ven, corazones que... Me pesa el cuerpo, se me oprime el pecho. Es el paso previo a que todo reviente. Tengo que hacer algo cuanto antes. Quizá cambiar de lugar, salir de la cama que me atrapa cada vez con más fuerza, con su frazada hermética que me roba el aire y lucha con mis manos, que van perdiendo una a una sus uñas mientras tratan de desgarrarla. Pateo. La fuerza no sé de dónde salió, creo que fue un acto reflejo, un flaco perplejo, un corto ajetreo, un faro, un catalejo. El colchón está húmedo e intuyo que rojo de mí, aunque no puedo verlo porque no me animo a abrir las puertas de mis ojos, no vaya a ser...
 Tengo que pararme, tengo que parar mi cuerpo y hacer algo con esto que empuja desde adentro y que me retuerce desde el ombligo hasta el espíritu. Para tomar el impulso definitivo respiro lo más hondo que puedo, degusto el aire impuro, filtro los gases vitales, expulso el resto recitando un mantra espontáneo y liberador, las palpitaciones aumentan, la presión de las sábanas amenaza con asfixiarme, la almohada aprovechó mi descuido para cazarme del poco pelo que me dejaron los años y estoy por levantarme cuando suena de nuevo el despertador, que nunca va a verme levantarme.