De vuelta a casa

 Hace falta, cada tanto, sentirse. Mirar el propio reflejo en algún vidrio de algún café sobre alguna calle, preferentemente adoquinada, y notar que no sale humo de la tapa de la cabeza, ni están las dos acostumbradas líneas preocupadas entre ceja y ceja, ni una mueca cansada y gris se dibuja en la boca. Verse al contrario radiante, andante, amante, sonante, instante. Ver qué se es, ver qué se hace, que se es aquello que se hace y se hace lo que se es. Por desafío y falta de costumbre, verse. Atravesarse, besarse, cuestionarse y contestarse.
 Después viene bien seguir de largo, no enamorarse tanto del ombligo, que más allá de la nariz se extiende amplio el infinito, y quizá tomar por una callejuela poco usual, aunque yo siempre elijo la misma, esa del perro guardián que, por alguna razón que desconozco, siempre me ladra furioso y me persigue, pero nunca me lastima. Y disfruto de la magia de esos cien metros bañados en luz de mercurio, hojas tornasoladas de árboles ancianos, y en cada orilla las casas bajas, y un surco en el cielo para poder ver las pocas estrellas que se acercan hasta esta ciudad extraña, anónima y tan mía, y doblo en la esquina para llegar de vuelta a casa.

(http://www.youtube.com/watch?v=1Wf9X4AACUE)

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