A ver si nos entendemos:
Hay personas que fueron para mí como un
semáforo en amarillo, más de las que recuerdo como un rinraje, otras varias como
un saludo cordial con énfasis variable al pibe del kiosco, y una que fue primero
el silencio los pájaros, y después la eclosión de una selva entre mis ojos. Eso
fue Jota para mí. Hay gente que cataloga a la gente así como “el amor de su
vida”, yo pienso en cambio que siendo la vida tan larga sería un poco
hecatómbico creer que ese fue el mar de todos mis ríos y reíres. Sé también que
el amor es multi deforme, siempre brote sincero e irrefrenable, y quien lo
reprima es huevo podrido. Pero, eso sí que sí, hay un antes de Jota y un
después de Jota en mí. Atravesó, desgarró, inquirió, destituyó, construyó, cosquilleó,
desenlazó, y un día también se apagó. Natural, inevitablemente. No hubo
manotazo que no diéramos mientras se nos ahogaba el cuento, pero el fin era el
fin y no iba a ceder ante nuestra nostalgia. Es cierto que ahora hasta me
cuesta recordar el color de su voz, y que seguro ahora habla muy distinto que
en ese tiempo de camisas abiertas y chicle globo. Cierto es también que no
habrá quien siquiera pise su sombra, jamás, aunque haya historias distintas, como
de hamaca paraguaya, o de campamento libre, o de pasión de colectivo, o de
tantísimas otras cosas. En el historial hay muchas personas catalogadas de “ex”, lo que fue y no puede ya ser. Alrededor: mucho amigo, mucha hermana, mucho maestro, mucha mascota, y Jota, que siempre será. No es ni la primera ni la última letra del abecedario, no me dejó ágrafa ni afónica, que tengo resto para rato. Fue un capítulo
aparte que merece un nombre propio. Vos no serás menos, sólo diferente, adorable en
la medida en que me nazca, siempre y cuando no te atrevas a nombrarle porque sí,
porque entonces me pongo cabra: Jota es como una reliquia, que casi no recuerdo y se pierde en la noche de los tiempos,
pero que no permito que nadie desempolve.