La risa

 ¿La distancia más chica entre dos corazones?
 La risa.
 Irreprimible, espontánea, atrevida, estimulante. Negra, ácida, insólita, cruda. Contagiosa, cálida, solidaria, sanadora. Infantil, veraz, juguetona, abierta.
 Te digo que lo único por lo que vale la pena algo de todo esto, es la risa. Somos animales racionales, ¿cierto? Y eso es más una condena que otra cosa, ¿cierto? Sin embargo, sabemos reír. Inventamos mil formas de hacerlo, algunas más sofisticadas que otras, pero siempre que sea sincera será valiosa. La risa acerca porque relaja, porque aliviana la tensión de estar tan encerrados en el contratiempo y en este trámite de vivir. Nos juntamos para reírnos, nos perdonamos sonriendo, nos enamoramos con el sentido del humor, nos infundimos coraje a carcajadas.
 Te digo que pese a la malaria, las canas teñidas, las piernas frígidas, hay risas escondidas en toda esta podredumbre y no dan más de esperar. Se comen las uñas, se dan de cabeza contra la fatiga, se preguntan unas a otras en qué momento murió ese asombro que les abría tantas puertas, se acalambran de tan quietas y encajonadas, se vencen.
 Te digo que salgamos y ayudemos, que tanto no cuesta dejar de tener
miedo.

De vuelta a casa

 Hace falta, cada tanto, sentirse. Mirar el propio reflejo en algún vidrio de algún café sobre alguna calle, preferentemente adoquinada, y notar que no sale humo de la tapa de la cabeza, ni están las dos acostumbradas líneas preocupadas entre ceja y ceja, ni una mueca cansada y gris se dibuja en la boca. Verse al contrario radiante, andante, amante, sonante, instante. Ver qué se es, ver qué se hace, que se es aquello que se hace y se hace lo que se es. Por desafío y falta de costumbre, verse. Atravesarse, besarse, cuestionarse y contestarse.
 Después viene bien seguir de largo, no enamorarse tanto del ombligo, que más allá de la nariz se extiende amplio el infinito, y quizá tomar por una callejuela poco usual, aunque yo siempre elijo la misma, esa del perro guardián que, por alguna razón que desconozco, siempre me ladra furioso y me persigue, pero nunca me lastima. Y disfruto de la magia de esos cien metros bañados en luz de mercurio, hojas tornasoladas de árboles ancianos, y en cada orilla las casas bajas, y un surco en el cielo para poder ver las pocas estrellas que se acercan hasta esta ciudad extraña, anónima y tan mía, y doblo en la esquina para llegar de vuelta a casa.

(http://www.youtube.com/watch?v=1Wf9X4AACUE)

Espejo roto

Caída cada día.
Final, ¡al fin!
Punto: tu No.
(Telón lento)
Cierre. Ríe... cree.
Crisis - Catarsis
¿Hoy? Ya no.

Ciclocircocircunferencia





 Todas las hojas en blanco invitan
y cada hueco es oportunidad.

Dejarnos pasar, entonces,
no es error
ni omisión
ni sumisión;
es decisión
alteración
construcción
revelación.

Pero no me animo a dejar pasar
y eso sí puede ser un error.

El devenir devendrá,
y me llevará con él
como hace el viento con las hojas secas,
como hace el cuerpo con la piel muerta,
como todo ciclocircocircunferencia
sin término ni comienzo,
sin parpadeo ni silencio,
circulando sin titubeo
ahí por donde no hay que rendir cuentas
ni hacerse cargo de sus injusticias
ni sufrir retrasos y ausencias
latiendo por sinrazones de inercia,
aquel empujón que desató esta cadena
que se ata a mis piernas
que me imanta y me arrastra
hacia las mismas calles desiertas.

Lo único que me cura del pánico
del futuro pálido
de la quietud histérica
del reflejo clásico
de la negación acérrima

es cómo cae todo caos circundante cuando canto.

Jorge Luis Borges (I)

El sueño

Si el sueño fuera (como dicen)
tregua, un puro reposo de la mente,
¿por qué, si te despiertan bruscamente, 
sientes que te han robado una fortuna?

¿Por qué es tan triste madrugar? La hora
nos despoja de un don inconcebible,
tan íntimo que sólo es traducible
en un sopor que la vigilia dora

de sueños, que bien pueden ser reflejos
truncos de los tesoros de la sombra,
de un orden intemporal que no se nombra

y que el día deforma en sus espejos.
¿Quién serás esta noche en el oscuro
sueño, del otro lado de su muro?



Lo que soltó el viejo

 Una mecedora vieja, rechina. Un viejo meciéndose, silba. Hombre reservado, voz ronca de tabaco y silencio. Unos lentes flojos por el uso, funcionan. Años que pasan sobre un regazo sin nietos que lo visiten.

 La casa fue conquistada por enredaderas y telarañas. Está a un par de kilómetros del pueblo, sobre una callecita de tierra que va a parar a la ruta del desierto. Es un lindo lugar para ser una vaca, pero es el infierno de los mochileros: en este rincón del mundo es tan inusual ver caras nuevas, que la gente se asusta y los ahuyenta a escupitajo vivo.      
 Sólo yo, diario en mano, pedaleo hasta su rancho cada domingo. Las únicas páginas que toca son la de los crucigramas y la de las historietas, el resto es alimento de salamandra. No cruzamos nunca más que un buendía. Hasta que descendió Huracán.      
 Yo sabía que era del globo porque tenía un banderín colgado en la cocina que se veía por la ventana. Pero por más que trataba de sacarle tema y le preguntaba por el partido, nunca me respondía, ni siquiera movía una comisura. Cuando me di cuenta que no era sordo, sino sólo un amargo, me irrité y dejé de intentarlo. Y como no soy mala leche, no me iba a reír de él, que ya tenía bastante con ser de la B. Así que le alcancé el diario, y acá la cuestión: me dirigió la mirada y la palabra, inolvidable. Primero me contempló. Estaba quebrado. Acto seguido soltó: "Todos somos necesarios, pero ninguno imprescindible."
 Me avisaron al otro día que dejara de pasar por su dirección. Nunca más volvió a comprar el diario.

Sueños, sueños son

Los sueños son para soñarlos, no para cumplirlos. 
Cumplidos son un orgullo que con los minutos vuelven insípido.
¡Vacíe su bolsillo, dama; pierda su cartera, caballero!
Aquí hay más para los que quieren menos.
Llenémonos de sueños, ilusiones, fantasías, ficciones, y vamos a tener el corazón repleto.

Ruleta XVI

 1. Yo, ahora.

 — Te voy a dejar comenzar—, me suelta amenazante, y me lo pasa. Pesa distinto de lo que mi mano suponía. El Roto, un híbrido de gángster, gitano y proxeneta con aliento a siglo pasado, había chequeado antes: tres y tres, magnífico equilibrio. Parece haber algo de hipnótico en el girar del tambor, una atracción que suena a fatalidad. Me siento algo débil; es exasperante saber que, incluso ganando, no voy a sacarme de encima las miradas heladas que despide mi contrincante. A él se lo nota curtido, un rostro poco armónico, tachado de peleas y calles, un par de ojos entrecerrados y burlones que me miden tras un gesto sereno, por encima de toda situación. Tiene la piel dura de años duros, sus pitadas parecen rendidas a lo que dicte la fortuna, y resulta de todo aquello un espécimen extrañamente vivo. Quizá sea eso lo que me trajo hasta este abismo: ellos se ven tan vivos... ¿Guardará alguna relación con la cantidad que caen en el camino? Imagino que absorben el último momento desesperado de los que pierden, justo en este ahora donde se condensa toda mi fuerza vital, donde estoy en el borde, él, como toda su especie, se prepara para asegurarse otra victoria en el bolsillo.

 Se supone que ahora viene el repaso relámpago, el maullido de Mina, el patio del colegio, la abuela haciendo pan con manteca, las puertas del teatro, la sonrisa de Lautaro, esa esquina con lluvia, algún amanecer fantasma, el mal trago definitorio antes de llegar a este bar... Y en vez de eso tengo una muñeca tensa, que quiere temblar y no se anima. Traigo el martillo. Ya está, si él dejó de dar vueltas, se espera que yo haga lo mismo. Abro la boca. Disparo.



 2. Aquel, entonces.

 No, no salió. Casi podía verse la adrenalina recorriéndole el cuerpo, la euforia de pasar viva la primera prueba. Le brillaban los ojos con ganas de volver a gatillar. Pero no son esas las reglas. Era el turno de él. Prefirió no decirle nada, no quería delatar su absoluta sorpresa, que igualmente se notaba en su palidez de principiante. Apoyó el arma sobre la mesa y se la acercó humildemente, sacando rápido la mano antes de tener cualquier tipo de contacto físico. Apenas la devolvió se animó, por un instante, a temblar.

 Se trataba del Smith & Wesson de la casa, un Modelo 29, más que clásico. Yo le tengo mucho cariño, casi se diría que nació conmigo, pero es más acertado decir que yo nací con él. Si lo ofrecí esa noche fue porque se trataba de una ocasión bastante peculiar: no es nada común que uno que lleva años en esto se busque una presa chica como su último trofeo. Pero Sátiro quiso, y no podía menos que ofrecerle mi revólver. Es un tipo lo bastante impredecible a decir verdad. Yo asentí desde el principio, prefiero no meterme demasiado porque gano más sabiendo menos. Total los charcos son siempre igual de rojos y la comisión es siempre igual de generosa.

 Él lo tomó con la misma naturalidad con la que lo hizo su hermano la última vez, aunque con algo más de elegancia. Se lo notaba divertido, chispeaban sus ojos celestes con un desdén desacostumbrado pero sin desprecio. Nunca le gustaba terminar tan rápido; había llegado incluso a tomarse una copa con su rival antes de empezar a jugar, sólo para que dure un rato más. Sucede que con el tiempo los vencedores le van tomando el gusto al esto, hasta que pierden toda capacidad de asombro y sus visitas al Artaud se les vuelven un vicio cada vez más insaciable. Son gente indolente, que por necesidad o necedad terminan rechazando el dictado natural de supervivencia, y aprenden a fijar la mirada altiva hasta el último gatillazo. Así, se construyen de a poco un aura de inmortalidad cuasi mafiosa que pareciera torcer el azar en su favor. Me los sé de memoria. Muchos son legendarios, pero ninguno lo es tanto como Sátiro. Creo que terminar su carrera con una nueva, y de tan poca monta, fue sólo una demostración más de su desprecio hacia todos los que pusieron precio a su cabeza.

 Automáticamente amartilló, acomodó el caño bajo su pera, le guiñó un ojo a la única mujer de menos de cuarenta años que había pisado nuestro sótano, y, para terminar el ritual, lanzó un aullido al tiempo que disparaba.


 3. Ellos, finalmente.

— ¡Bang! Estoy liquidado. ¡Ja! Una verdadera lástima, che... Será turno entonces de la señorita... ¿cuál era tu nombre, preciosa?

— Cala.

— ¡Cala! Inolvidable, si te van a llevar a mi tumba... Aguantá, tomémonos un último trago, ¿sí? A mí a esta altura ya me satura un poco que sea todo tan frívolo, necesito hacer algo de sociales antes de enfrentarme a la Parca. Somos muy amigos igual eh, no te creas, pero la paso mejor si tengo una ginebrita encima. Che, Roto, ¿no te traés el Bombay que tenés en el fondo? Dale, no seas agarrado que es mi última noche por acá. ¿Vos estás bien con eso, o querés algo más suave?

— Da lo mismo, no voy a tomarlo.

— Pero, nena, no seas tan dura, que es un trago nomás. Tranquila que no te voy a llevar a la cama después, acá somos todos amigos hasta que la muerte nos separa.

— Ya lo sé.

— Y bueno, ¿entonces? ¿Qué te cuesta regalarme una copa? Es sólo un minutito más, después, te vas. No te lo tomes a mal tampoco, no me causa gracia. Para nada, che, una piba tan linda... ¿Cómo caíste acá? Este es un lugar bastante reservado. ¡Ya sé! A que tu papá era amigo de Fino, o algo así. Porque el Roto dijo que no te conocía, así que no sé por qué te dejó pasar. Es esa, o sos cana y te la estás jugando. Uy, esa sí que me gustaría verla, todos los tortugas entrando acá a tratar de apretarnos. Ja, hasta me dan ganas de mandarme alguna y ver quién salta. Pero ya estoy grande... Van a ser veinte años de esto, ¿podés creer? Más o menos tu edad.

— Tengo menos. No soy cana.

— ¡Epa, en serio sos muy piba! Al menos no sos yuta, no hay nada que deshonre más a una mujer que meterse a policía. ¿Me querés decir qué carajo hacés acá? Yo por tus años me dedicaba a hacer música en el tren y vagar por antros de mala muerte matando el tiempo. Algo como esto, pero de otra clase. No te imaginás los malandras que hay cerca del río... Después la cosa se puso mejor, te confieso. Cuando te metés en esto no hay quien te pare, ya te hartás de tanta guita. Claro que nunca dura mucho... Y ahí te vuelve la sed, que en realidad no se fue nunca, sólo estaba distraída. Uh, ahí viene el viejo con los tragos. ¿Tomaste ginebra alguna vez? Y, no, qué vas a haber tomado si apenas terminaste la escuela vos. Servite. Al principio quema, después se deja, y al final vas a querer otro vaso. Una lástima, che, una lástima... A tu salud, Cala mía.

— Salud.

 Vaciaron sus vasos de una sola vez los dos, mientras el Roto miraba la escena sin hacer un gesto. 

 Ella se aferraba al mantel con ambos puños para pasar el ardor de la ginebra. Cuando el fuego alcanzó su estómago, sin dudarlo, cargó y llevó el caño a su sien, apretando bien las muelas. Respiró profundo una vez más. Se sentía más viva que nunca, no había lugar para cargos de conciencia, para recuerdos, para revueltas. En su cabeza sólo quedaba espacio para una certera bala de plomo, atravesándola de principio a fin. 

— Che, ¿no me dejás el casquillo? Como recuerdo. Linda la guachita. ¿Quién era al final? ¿Qué era, alumna de don Serafín?

— Si no necesitabas saberlo antes, menos ahora. Te conviene no volver. Otra no pasás, sería la diecisiete.

— Ya veremos Rotito, ya veremos... A veces creo que en el fondo siempre quise perder, desde la primera vuelta. Pero no me dan el gusto. Cuidate, viejo.

Decí MU!

"Ante el pesimismo de la razón, oponemos el optimismo de la práctica y de la esperanza. Unámosnos los artistas, los locos, los poetas, los periodistas, los músicos, antes que los normales hagan estallar el planeta."
Franco Basaglia
 A propósito de la represión en el Borda, llegué a un programa radiactivo (http://lavaca.org/deci-mu/deci-mu-temporada-2013-habemus-capusotto/) con el señor Capusotto como invitado estelar, donde se habla de lo que significa la pelotudez, de los personajes televisivos, de Bergoglio, y también del citado Basaglia.
 Franco Basaglia fue un psiquiatra veneciano, pionero de la desmanicomialización (decilo rápido si te animás), esto es, la reinserción de los enfermos psíquicos a la sociedad, mediante tratamientos menos agresivos y dopantes, como la instrucción de un oficio -lo que se hacía en el recientemente destruido Taller 19 del Borda-, o talleres de arte y deportes. Para saber más de lo que pensaba, hay un artículo de Página/12 que lo ilustra bastante bien:
http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-133467-2009-10-15.html
 Por último MU, lavaca, es una cooperativa de medios autogestionados, independientes, compartidos, bajo el estandarte del anticopyright. En síntesis, todo eso que me gusta.
 Pasen y vean, no los voy a defraudar: http://lavaca.org/


Errar es robótico.

 Antes de hacer un comentario, ella me dijo: "Demuestra que no eres un robot". Siempre me pongo nerviosa con eso de demostrar mis condiciones, así que decidí desviar su atención contándole de mí, que a veces me olvido de bañarme, que hoy desayuné un té frío a las cuatro de la tarde, que de mi infancia me quedan un oso de peluche rosa y algunas fotos de gente que no estoy segura de recordar, que no me gusta el ceño fruncido de mi vecina la evangélica, y mucho menos su hija que parece risueña pero que esconde un profundo odio hacia todo lo que no sean sus papás, y en este contarle le pifié en el captcha. A la mierda con que errar es humano, resulta que soy un robot y no puedo ni hacer un comentario.

Mario Benedetti

SUBURBIA

En el centro de mi vida
en el núcleo capital de mi vida
hay una fuente luminosa
un surtidor que alza convicciones de colores
y es lindo contemplarlas y seguirlas

en el centro de mi vida
en el núcleo capital de mi vida
hay un dolor que palmo a palmo
va ganando su tiempo
y es útil aprender su huella firme

en el centro de mi vida
en el núcleo capital de mi vida
la muerte queda lejos
la calma tiene olor a lluvia
la lluvia tiene olor a tierra

esto me lo contaron porque yo
nunca estoy en el centro de mi vida.

Que sepa abrir la puerta para ir a jugar

 Saber es don y castigo, saber abre caminos en la mente, y eso más que aclarar oscurece. Hay mucho de lo que no quiero enterarme porque la ignorancia y la credulidad son cómodos resguardos. Es el beneficio de ser idiota, que ser ajeno ahorra tantos problemas, tanto cargo de conciencia... Y sin embargo no puedo conmigo, es este escozor curioso que me hace entrometerme, eso siempre está de más, pero en el momento no parece venir nada mal, y así me entero, y así conozco, y así también me deslumbro, me nutro, construyo. Hay quienes nacimos para esto, inútil escaparse. Nací compulsiva, crecí cuestionando, y cada respuesta que se presenta queda automáticamente tapada por la infinidad de preguntas que desata. No tiene un sentido ni una dirección; el amor por el conocimiento brota solo, empuja, desplaza todo ánimo de ceguera. Necesito saber para seguir, necesito ser espectadora de más verdades, aunque parciales, para que entonces nazcan mis verdades. Y ellas sólo sirven para tener un lugar desde el cual seguir preguntando. Abro los ojos y me encuentro confundida, en un círculo vicioso. Abro los ojos y me siento real, viva, por complicado que eso sea. Abro. Y salgo a jugar.

A las corridas

 Vida vértigo. Parpadeo. Acto reflejo. El sudor, las sábanas revueltas, la persecución de los sueños y los sueños recurrentes. Me levanté sólo para romper la última foto que me quedaba. No hay cómo retroceder, cómo anticipar, cómo recuperar, cómo. Suena una alarma. Claustrofobia. El peso del afuera y su costumbre. El futuro son los niños, eso dicen, pero ni los dejan jugar. El presente somos todos, eso digo, cada paso es decisión - desafío. No decidí subirme a este destino, pero puedo elegir en qué momento bajarme. El castigo es el menú del día. Corro, escapo. Hay cosas que no cambian jamás. Es adaptarse o salirse.

(A veces me pongo tan drástica, tan dramática...)