De lo que pasó antes y después
Se incorporó del banco, en un gesto repentino, presuroso, quizá predestinado, que fue mucho más que levantarse. Tres cuadras después me la crucé. Tenía el pelo suelto, la mirada abierta, los pasos cortos, la sonrisa fácil, una zapatilla agujereada que dejaba ver una media. Venía silbando ese tango que a mí me gusta tanto, el del loco, las callecitas y ese qué sé yo, ¿viste? Fui tras ella pensando que en los cuentos los personajes nunca silban, ni les queda orégano entre los dientes, ni se ponen medias de distintos colores. Compartimos la espera de un semáforo y pude verla de cerca. Se comía las uñas, no usaba maquillaje y llevaba algunos años con ojeras. Me di cuenta que la quería. Ella, pero no ella guiando mi espionaje, tropezando con el cordón y regalándome un instante liviano, levantándose con la vergüenza tonta de los pasos en falso en la vía pública, dos pasos más y frenando a la puerta un cafetín, entrando y llevándose puesto el carísimo traje de un hombre despreciable, pidiendo perdón al aire y sentándose en el fondo, no ella, sino ella personaje, convertida en el punto de partida de una historia, ella vuelta tinta, ella haciéndome rechinar los dientes, musa inspiradora sin saberlo jamás, Irina.
De lo que venía pensando
yo venía pensando
mientras bordeaba el cordón de tu zapatilla
esa del agujerito que deja ver el color de tus medias
antes de cubrirse de barro
qué loco tomar conciencia de que una voz te habla, y es la tuya pero no es la tuya
porque suena mí y sin embargo tengo la boca cerrada
y tiene el tupé de hablarme en tercera persona, qué ridiculez
y yo que no puedo menos que contestarle
y somos tantas acá adentro
pero siempre sola una
que trata de distraer al resto mirando el cordón de tu zapatilla
pícaro
metiéndose justito bajo la suela
para dar paso al tropezón
que es caída
y entonces las voces se disipan
y carcajeo por reflejo
porque fue una escena espectacular
menos para vos, que no viste la mueca que hacías al tocar el piso
pero por suerte había alguien ahí para registrar el maravilloso instante
en que se callaron las voces que me dirigen
para compartir una sola risa
mientras bordeaba el cordón de tu zapatilla
esa del agujerito que deja ver el color de tus medias
antes de cubrirse de barro
qué loco tomar conciencia de que una voz te habla, y es la tuya pero no es la tuya
porque suena mí y sin embargo tengo la boca cerrada
y tiene el tupé de hablarme en tercera persona, qué ridiculez
y yo que no puedo menos que contestarle
y somos tantas acá adentro
pero siempre sola una
que trata de distraer al resto mirando el cordón de tu zapatilla
pícaro
metiéndose justito bajo la suela
para dar paso al tropezón
que es caída
y entonces las voces se disipan
y carcajeo por reflejo
porque fue una escena espectacular
menos para vos, que no viste la mueca que hacías al tocar el piso
pero por suerte había alguien ahí para registrar el maravilloso instante
en que se callaron las voces que me dirigen
para compartir una sola risa
El banquete
(A la monstruosa conchuda que habita en mí)
Despertate, te lo tengo que decir, es mi gran frase final: "Iván, se nos acabó el banquete. Colorín colorado."
Pájaro verde
El pájaro verde se
esconde en la jungla;
detrás de las ramas se
pone a silbar
esa antigua canción del
Aire libre
que lo ayuda a no
olvidar.
Aquel sideresio viene
cargado
con su maldito polvo
gris,
pero huye, cobarde, y se
hace pis
cuando escucha el verde
canto.
No nos estamos
escondiendo,
seguimos luchando, pero
con disfraz.
Estas suaves plumas
revisten la furia
que vengará tanta miseria
y maldad.
Dicen que el zitzahay no
tiene astucia
porque sólo sabe hablar y
bailar,
pero el arte es un arma,
bien lo dijo Kupuka
siempre que se la sepa
usar.
El pájaro verde en cada
danza nocturna
derrama la sangre de
algún enemigo.
Carga su flauta, su lengua,
su historia,
y su nido, siempre lo
lleva consigo.
Una vez que el Templo del
Sol fue cenizas
nuestro pueblo sacó las
garras
e hizo cuerdas con sus
tripas,
e hizo fuego de sus
lágrimas.
El pájaro verde no baja
la guardia,
duerme con ojos abiertos
esperando al sol,
pues cada mañana la
Piedra del Alba
se pone más blanca y
aleja el dolor.
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