Payasos tristes

 Existen también los payasos tristes. Son especímenes difíciles, así que yo le recomendaría que se ande con cuidado. De un humor alternativo, hasta a veces paralelo, se confunden entre la gente sin necesidad de maquillaje. A decir verdad, no suelen pintarse. Saben que su mejor arma nace de sus pupilas. Tienen además, un peculiar olfato que detecta las flaquezas del público. Cualquier payaso triste es consciente de que cuesta entender su juego, ¿acaso su identidad no se basa en una terrible contradicción? Naturalmente, esperamos reírnos con un payaso. Y cuando no es así... Hay quien lo rechaza, sin aceptar que no se esté desviviendo por sacarnos una sonrisa, sino que al contrario, nos inunde de melancolía. Hay asimismo quien le toma un cariño maternal, y lleva su empatía a niveles insospechados. El payaso triste es hábil, conoce a fondo la miseria humana y nos interpela, cínico, mordaz e inofensivo.


 Durante un largo tiempo parecieron extintos, resultó que las calles se plagaron tanto de histeria y gente hipócrita, que habla desde los dientes, que se esconde en la hiperactividad, que llegamos a creer que los payasos tristes eran sólo un recuerdo empolvado, que ya a nadie le interesaba explorar las profundidades de la tristeza. La incertidumbre, la turbación, se habían convertido en malas palabras. Se habían intentado borrar mediante técnicas energizantes, pantallas acribilladoras, ruidos alarmantes, pero fue inútil. Es importante saber que la tristeza no es la ausencia de la felicidad, sino que coexisten en un equilibrio cuestionable, y que hay también algo mágico en el dolor. Una chispa, algo que nos despierta y nos motoriza, que impulsa la catarsis, algo que la ansiada felicidad no puede darnos, porque se encuentra sólo en la tiniebla quieta. El payaso triste es tan necesario como el payaso alegre, pero si vamos un poco más allá, el payaso triste es más real. Está ahí, como un espejo, gritándonos en una mueca pasiva que la tristeza es sólo una parte más de la vida, y que quien sabe sufrir es quien mejor sabe reírse.

Distinto

 Un lugar distinto puede aparecer... vos también pensaste eso, que era mejor apelar al olvido, que el tiempo se lleva los dolores, que es mejor no hablarlo, no pensarlo, no tocarlo. No se va en absoluto así, ¿me vas a decir a mí? Cambiá, crecé, y ahí vemos. Sé de momento que no es casual la soledad, y en un punto, por instantes, las únicas riendas de tu vida están en tus manos. Podríamos pasarnos la vida tratando de averiguar si la casualidad es causal, pero en el transcurso no habría trayecto, así que sólo queda injusticia y las ganas de hacer para tomar un mejor rumbo. Los lugares distintos pueden aparecer, pero eso jamás implica que vayan a hacerlo. Entonces, ¿qué me decís de aparecerte diferente en los mismos lugares? Todos los días somos algo nuevo, distinguido, un poco más vivo, un poco más muerto. Todos los días nos levanta el mismo Sol sin siquiera darse cuenta, como es de esperar. Todos los días nuestra conciencia hace un esfuerzo incalculable por recopilar todo el pasado que tenemos a mano para saludarnos y decirnos: vos sos. No te pido que luches contra tu naturaleza, o contra tu tristeza, o contra tu rabia, eso no, dejalas ser, actuá según lo que brote de ese rincón pulsante de vida que se esconde atrás de tus costillas. Te pido, sí, que no te entregues a la comodidad de la queja infinita, del proyecto trunco y la juventud perdida, ¡qué va! Ya de eso se ocupan otros muchos infelices. Vos no sos nada de eso, y ya sé que fallaste, no entiendo por qué te pesa tanto ser irremediablemente de hueso y carne. No viniste hasta acá para avisarme que vas a disolverte sin más. Sé de gente que ha hecho grandes cosas con sus obstáculos: sé de artistas y benefactores, sé de luchadores y suicidas, sé que no me importa qué camino gusten tus pasos, pero quiero ver una mirada convencida, entera, y viva hasta el último trago de este aire, lastimosamente envenenado. Hacé, no me cuentes qué, no hace falta, pero hacé, y sé todo lo feliz que te salga.

Alejandra Pizarnik

17.

 Días en que una palabra lejana se apodera de mí. Voy por esos días sonámbula y transparente. La hermosa autómata se canta, se encanta, se cuenta casos y cosas: nido de hilos rígidos donde me danzo y me lloro en mis numerosos funerales. (Ella es su espejo incendiado, su espera en hogueras frías, su elemento místico, su fornicación de nombres creciendo solos en la noche pálida.)

La visita

 Acomódese donde quiera... Está un poco desordenado, espero no le moleste. ¿Mate? Ah, cierto... En fin, sé por qué vino, ¿se supone que debo pronunciarme al respecto? No me llega, dispénsenme: no lo termino de entender. Habré de sonar egoísta tal vez, pero no es más que la verdad. Siento el asunto como si... No, mejor dicho, no siento el asunto. Estos años -que fueron unos pocos días- trajeron consigo una barrera, una coraza hecha de olvido, o de recuerdo insensible. Le repito que a mí todo esto no me llega, aunque me toque de cerca, las estaciones seguirán su rumbo y con ellas seguiré el mío. Agradezco sus palabras porque suenan verdaderas, y su dolor está, su cabeza se plaga de remordimientos, se inquieta. Le digo nomás que ya sopesé todas las posibles preguntas y respuestas, incluso sin pretender que se apareciera, y sin embargo ahora que me pregunta no me sale mucho otra cosa que el silencio.
 Está enfrente mío buscando una solución, una muestra de lo que yo era que le sirva para recordar quién era usted. Aunque no lo diga directamente, es sabido que busca de mí una palabra que dilucide algo en esta caótica quietud. Pero, ¿qué quiere que le diga? Ya no estoy para engaños, más bien diría que ya ni estoy. Antes de lo que pasó, que es ciertamente trágico, y créame que lo entiendo más que nadie, créame que tuve tiempo de sobra para imaginar que algo así iba a ocurrir y que entonces usted vendría hasta mí con el pelo revuelto y el paso cansado; antes de eso ya había en mí una pieza extraviada en el bolsillo de alguna otra tragedia.
 En cierto punto, que me resulta imposible de rastrear, comenzó mi destierro. Despacito fui alejándome de todo lo que me rodeaba, un tanto por resguardarme, otro tanto por lastimarme. A veces hacemos esas cosas, no sé si a usted le pasó... No siempre actuamos en consecuencia, claro que no. Hubo días con sus noches y los amaneceres siguientes, en los que maté tiempo haciendo todo aquello que no me gusta, caminando a la inversa, que de ninguna manera significa regresar. Es imposible regresar, téngalo siempre presente, y quizá se salve de esperar que los colectivos se salgan del recorrido para volver a casa. Tampoco busque lo que no quiere encontrar, porque es seguro que se le va a aparecer en la primer esquina inesperada. Algo sabía Murphy, aunque no mucho, porque muchas tostadas con manteca se me salvaron.
 No sé por qué le cuento todo esto. Debe ser que necesito que entienda, al menos, cómo llegué hasta aquí y ahora de esta manera. Debe ser que, incluso cuando no me irrita su mirada decepcionada, no quiero que crea que venir hasta mi puerta fue en vano. Porque no me llega esto, pero sé quiénes fuimos, y respeto su preocupación, que en última instancia deja entrever algo de cariño. ¿No es gracioso cómo nos transformamos? Nadie sabe ya a qué distancia nos encontramos, y eso que si estiro mi brazo puedo tocar su cara. No serviría de nada. Le ruego que no le dé más vueltas al asunto. Usted no fracasó. Y yo, mucho menos. Yo ya no pertenezco a este lugar. Y todo lo que surge y explota en mi cara, en realidad no está sucediendo, o al menos no a mí. Conservo mi humanidad, no se haga problema, y aunque dudo de conservar mi cordura, tengo la certeza de tener la mente cada día más lúcida.
 ¿Conoce la salida, o necesita compañía?

I.II.III.


I. 

Desde el principio supe que te iba a cruzar un día sin fecha, sin querer. Miento, lo supe desde el fin. Cruzarte sin querer en alguno de estos pasillos mugrientos que desafían con sus carteles violentos, con sus defensas que atacan, ataques que no defiendo, con su odio hecho frase hecha, con su pálida falta de argumentos, cruzarte sin querer en cualquier momento.
 Yo voy a estar, naturalmente, corriendo; vos, como siempre, haciendo tiempo, y sin querer va a estar ahí el reencuentro, el abrazo que casi nos fusiona en un sólo cuerpo, la falta de palabras, las caricias que añejo, y si te digo que extraño hasta decirte que te extraño no te miento, y qué feliz que me hace encontrarte sin querer, pero queriendo.


II. 

 Pero queriendo... No, así pierde la gracia, si fabrico el momento, ¿dónde está la magia? Sin embargo ahí estás, en la encrucijada, desde el túnel te veo y desde el miedo me acerco. Yo no quería, yo ya no quiero, ¿y si me escondo?, no, mejor sigo que capaz me reconocés y hasta me regalás una sonrisa, sí, mejor sigo y freno acá que estoy a un paso de tu camisa, sabés que a mí siempre me gustaron tus colores, y qué rara se vuelve la sombra mientras la tela traza un círculo de aire en el que tu cuerpo gira, y entonces choco con tu mirada chocando con la mía, y nunca te sentí más lejos, mientras seguís tu ruta sin dedicarme un gesto. Creo que tal vez "sin querer" sea un invento, que siempre quise, siempre quiero, que salgo de la celda y merodeo sólo porque te gusta la Luna, porque sé de ese amor fanático, lunático, que mantuvo caldeados los recuerdos, aunque el año pasa lento cuando espero, cuando intento, sin querer pero queriendo.


III. 

 Y ahora ya ni eso, ya ni recuerdo, ni intento, ni espero, ni quiero no queriendo, no queda ni viento, y el colorín ceniciento es que a fin de cuentas o a fin de cuentos no somos lo que nos merecemos. 
 Mas voy a escribir hasta que la tinta se acabe.
 Más voy a escribir. Hasta que la tinta se acabe.
 Hasta que la tinta se acabe voy a escribir más.
 Mas, a escribir voy, hasta que


(Voy hasta la tinta, ¿a qué escribir más?)

Arremeto con calma

Arremeto con calma,
inofensiva como nunca.
Las manos en la espalda,
los ojos en la nuca,
aprendiendo de otras huellas
y de mis horas oscuras.
Arremeto con calma,
con intenciones puras.
Soy cirujana de mi alma,
soy mi propia sepultura,
soy toda vida posible,
soy herida y también cura.
Arremeto con calma,
premeditación y soltura.
Confío, y doy paso
a una nueva criatura
quizá un poco más sabia
pero no por eso más astuta.
Arremeto con calma,
que a mí nadie me apura.

Sincera mente su(r)real

CRUZARTE
                         POR FRIDA
CRUZARTE     
                       MONTADA A UN OVNI GALOPANTE
UN PUÑADO DE ROSAS EN RAMO, 
QUÉ...
            AH, ¡QUÉ FALTA DE INSPIRACIÓN!
INSPIRO. SUSPIRO.
                                   RESPIRO. EXPIRO.
LIGIA
               PIRO
                         MANÍ
                                     ACÁ

TUVE QUE HACER MEMORIA
                                         SINCERA
                        MENTE
                  SU
            (R)
REAL.

Retrato de un despertar

 Tirada, al resguardo de la frazada. Este otoño llegó crudo, en un parpadeo los árboles son alambre y las veredas tienen alfombras. Apago el despertador antes de que suene. ¿Cuándo inventarán un levantador? Eso sería mucho más útil, porque una vez levantada es obvio que voy a despertarme, pero no viceversa. Todas las mañanas es similar: la cama me absorbe. Quiero deshacerme de ella, late una voluntad entre toda esta pesadumbre cómoda y bastante patética que tienen las mañanas ojerosas. Si me callo por dentro, hasta se escucha un poco. Un susurro, el roce de mis órganos al moverse. Son increíbles, tengo algunos que nunca descansan. Algo tiembla y empuja todo lo que encuentra a su alrededor. Se llama: fuerza centrífuga.
 Antes de poder hacer algo al respecto, se me salen los tímpanos. Conservo los ojos, de suerte, porque mi párpados seguían bien cerrados. Ahora ya no puedo ver, en cambio escucho de más. ¿Y cómo voy a protegerme de la desinformación? Bueno, ojos que no ven, corazones que... Me pesa el cuerpo, se me oprime el pecho. Es el paso previo a que todo reviente. Tengo que hacer algo cuanto antes. Quizá cambiar de lugar, salir de la cama que me atrapa cada vez con más fuerza, con su frazada hermética que me roba el aire y lucha con mis manos, que van perdiendo una a una sus uñas mientras tratan de desgarrarla. Pateo. La fuerza no sé de dónde salió, creo que fue un acto reflejo, un flaco perplejo, un corto ajetreo, un faro, un catalejo. El colchón está húmedo e intuyo que rojo de mí, aunque no puedo verlo porque no me animo a abrir las puertas de mis ojos, no vaya a ser...
 Tengo que pararme, tengo que parar mi cuerpo y hacer algo con esto que empuja desde adentro y que me retuerce desde el ombligo hasta el espíritu. Para tomar el impulso definitivo respiro lo más hondo que puedo, degusto el aire impuro, filtro los gases vitales, expulso el resto recitando un mantra espontáneo y liberador, las palpitaciones aumentan, la presión de las sábanas amenaza con asfixiarme, la almohada aprovechó mi descuido para cazarme del poco pelo que me dejaron los años y estoy por levantarme cuando suena de nuevo el despertador, que nunca va a verme levantarme.

Voy a

 Cuando se me termine el insomnio voy a plantar jacarandá y a bailar candombe y a cantar bajo el sol de una plaza con mis hermanas y a armar una biblioteca llena de magia hecha tinta y a cocinar las más sencillas delicias para esa gente que tiene estómago para tragarse lo que sale de mis manos y a subirme a caballito con confianza y a meterme en una calesita para regalar la sortija que seguramente atrape y a ver de nuevo Moulin Rouge, ¡tanta infancia!, y a ir de visita al sur para pegotearme los dedos con pelón y a ganarle al Scrabble a mamá y a filetear el universo con colores psicodélicos y a hacer máscaras y a jugar pajaritos y a comprarme una melódica y a trocar macramé por cualquier cosa linda y a viajar despacito a las sierras de Córdoba y a viajar un poco más rápido al imponente México y a hacer un taller de cuentacuentos y a demostrar que pasé por este mundo dejando que me saquen fotos y a estar segura de querer dar el siguiente paso y a reírme de la mujer del hombre que me se llevó un mal día mis buenas noches.

(http://www.youtube.com/watch?v=CM5hh5Jn1qM&feature=endscreen)

Oliverio Girondo

Otro nocturno

  La luna, como la esfera luminosa del reloj de un edificio público.
 ¡Faroles enfermos de ictericia! ¡Faroles con gorras de "apache", que fuman un cigarrillo en las esquinas!
 ¡Canto humilde y humillado de los mingitorios cansados de cantar! ¡Y silencio de las estrellas, sobre el asfalto humedecido!
 ¿Por qué, a veces, sentiremos una tristeza parecida a la de un par de medias tirado en un rincón?, y ¿por qué, a veces, nos interesará tanto el partido de pelota que el eco de nuestros pasos juega en la pared?
 Noches en las que nos disimulamos bajo la sombra de los árboles, de miedo de que las casas se despierten de pronto y nos vean pasar, y en las que el único consuelo es la seguridad de que nuestra cama nos espera, con las velas tendidas hacia un país mejor.

(París, 1921.)

El almuerzo

                                      Acá falta
                                      fuerza vital
                                      sangre en los brazos
                                      ritmo de pasos
                            bien podría ser una baldosa.

                                      Me apura
                                      el temor del resto
                                      talones pisados
                                      el tiempo inventado
                            soy espuma entre las olas.

                                      Acá no hay espacio para
                                           sentarse a pensar
                                           sentarse a sentir
                                      saltar, conocer el margen,
                                           dejar de resistir
                            decir que no me gusta
                                      este plástico de gente
                            decir que sí me gusta
                                      sonreír con cada diente.

                                      No hay espacio.
                                      Es la hora del almuerzo,
                                      allá espera mi asiento.
                                      El vaso y los cubiertos
                                           piden por mí,
                                      y yo que quería sentarme
                                           sigo acá clavada
                                                sin poder moverme.

La mano

 La mano que golpea trae la fuerza de la mirada enfurecida, de los labios apretados, del grito que aturde, del silencio pasivo de los espectadores que permiten, omiten y admiten un cuadro que no tarda en volverse cotidiano.
 La mano que golpea es insensata y disfruta esos relámpagos de dominio bestial, pero no puede pasar por alto que carece de otra arma que la infusión de miedo, y que el respeto que gana no es más que un espejismo, no es más que un desprecio cobarde que soporta o huye o sueña o... repite lo aprendido. Y nadie pide perdón, y por más que se distraigan y busquen desesperadamente al olvido redentor, cada vez que se miren a los ojos va a ser imposible ocultar el asco y la herida que ningún tiempo cierra.

La vuelta

LA VUELTA,
las ganas de volver que son otra forma de empezar
el regreso porque te aferran a ese lugar en que no estás
pero
que te atrae con su irresistible aroma a anécdota, a
pasado que fue mejor, mezcla
                                              porque lo fue y porque la
infancia y porque la rebel
                                       ión y mezcla por los
ojos indulgentes que
                               estando tan lejos sólo
saben añorar y dejar
                                pasar la novedad
de la distancia
                      en pos de un hori
zonte lejano,
                    irremontable,
de rincones
                  a los que
no puede
               volverse
ni aunque
se vuelva.

Pelo lacio

el respeto
                 a las cosas frágiles
      (como las flores)
las flores son estatuas vivientes, y las que crecen entre las vías del tren son suicidas.

hacer juego con las cortinas
es como ser un sillón
una mesa ratona con tacitas
porcelana
estampados vintage
no hay polvo ni puntos de vista.

yo no combino con el paisaje.
comodín
pero de otra baraja
soy
 casi
  sin querer
   mi propia patria.

azar, casual,
¿azúcar o sal?
sigo buscando mi lugar.

(hoy estoy tan triste que hasta tengo el pelo lacio)

Un rato sola

 A esta hora en que las montañas se ponen azules, sólo pienso en...
 El encierro no necesita paredes. Y digo que no sé por qué escribí eso, pero ¿cómo no saberlo? No voy muy lejos últimamente, estoy oscura y superficial, repto por mis propias tinieblas de mediodía a mediodía.
 Escribir es la fiebre.
 Escribir es el síntoma.
 No veo, casi. Pero conozco el trazo de memoria, llevo años en esto y puedo presentir el movimiento que da  paso al inmediatamente presente, que pasó. La única luz es la de unos bichitos de luz. Curiosidad: ¿qué comerán para brillar tanto?
 Al lado, el cadáver de una mariposa.
 Al lado, el cadáver.
 Al lado.
 ¡El mundo a mis pies, hoy todo me celebra! Mi entusiasmo es nulo. ¿A dónde me llevan? Ah, ni que me importase tanto... Cargo conmigo mi único destino posible, inevadible, inaplazable.
 Agarro mis cosas y salgo. Me muevo por resignación, por inercia. Podría rebelarme pero ya perdí todo interés en la lucha. Acá por lo menos me dejan andar, y simular la vida mientras merodeo basurales. Ah, ni que me importase tanto... Estoy, si es que estoy, bastante lejos de este paisaje. Ahí salgo, sí, ya estoy afuera, ya estoy adentro, que en el fondo es lo mismo si nunca salí de mí.
 Pienso que la cura es estar un rato sola. Un buen rato. Irme a un cementerio y llorar largo y tendido, profundamente, camuflada entre la amena quietud del mármol y la muerte. Los que ya no están dejan tras de sí la calma, son un silencio tan abierto, tan eterno, que casi me siento parte de ese mutismo, me puedo escurrir a gusto. Ni alarmas, ni sorpresas.

(http://www.youtube.com/watch?v=u5CVsCnxyXg)

El miedo, persiste

 No sé cómo sacarme este peso. Y él al lado, o sólo su espalda, o sólo su silencio, sumado al molesto eco del "todo, vos siempre y nunca nada". Y yo cada vez más chiquita, más frágil, más lejos, proyectando futuros ¿inciertos?, futuros infiernos. Ahora me queda un no-saber-qué-hacer, incómoda inmovilidad. Es mentira que sin decidir no se sufre. Aunque ojo, esto es una clara decisión. Decido quedarme acá, atraparme, no tocarte, no dejarte, no dejarme, morirme más rápido y tener cada vez más miedo. Estúpida.

El miedo

 El miedo es haber quedado atrapada en este rincón de hecho de pisadas pasadas. El miedo es repetirme, porque sé que no debo, porque sé que muero por volver a quemarme en la misma luz falsa, en tus fuegos de artificio. El miedo es tu cuerpo, súbitamente cerca, respirando un aire que, antes, compartíamos con todo gusto, con una naturalidad estridente, con una entrega que ya no hay porque todo fue entregado.
 El miedo nace en tus labios
sueltos
sonrientes
descuidados
seductores.
 El miedo crece entre mis labios
impenetrables
agotados
paranoicos
indecisos.
 El miedo es que toda hipótesis sea absurda y que no quede otra opción que transitar lo inevitable.