Detalles

  Son las tres. Pienso que cuatro tiene seis letras y seis tiene cuatro. Son detalles, como el botón que le arranqué a la camisa y se convirtió en un revelador escote. Detalle como la dirección de la fuerza, que hace que empuje o tire, que entre triunfal y resuelta o padezca ese segundo ridículo de lucha contra una puerta que funciona exactamente al revés. Detalle como la cortesía, después de usted, pero cómo no, muchísimas gracias, que tenga buen día. Detalle como la ortografía, mi gran compañera, mi peor enemiga, cambiando el rumbo de los significantes por un palito de menos o de más.
  Las minucias, lo que se lee entre líneas, lo que delinean las líneas, hay que ver lo que se mira. La existencia práctica y el goce estético dependen del detalle para funcionar. Por eso le busco el pelo al huevo. Que a fin de cuentas tampoco es muy difícil de encontrar.
  Encuentro uñas comidas, poca calma. Poco sueño, mucha cama. Dije que eran las tres, estoy clavada en la mitad de la noche sin saber si conviene descansar lo que resta de la madrugada o aguantar un tironcito más para tratar de ajustar mi reloj al del resto. Flor de detalle, el tiempo. El tiempo que pierdo. ¡Y cómo, y cuánto! Si supieras las variadas, meticulosas, infinitamente refinadas formas de perder el tiempo que elaboré en todo este tiempo perdido... (Me detengo acá, a admirar la fuerza de la retórica. Me detengo de nuevo, a devorar las esdrújulas, porque me pican en la lengua como esa golosina que ya no se vende más, que tenía unas piedritas que se pegaban al chupetín y empezaban a saltar cuando te las llevabas a la boca.) Ay, sí, refinadas formas de perder el tiempo.
  Hace mucho ya que debería encausar mis aguas, pero mi misma juventud me aplasta. Miedo de crecer. Parálisis. Es inevitable, ya sé. Ya no me dan la mano para cruzar la calle. Ya no me dan las manos.
No son más las tres. Pienso que 1, 3, 6, 10, 15, 21, 28, 36, 45, 55. No es casualidad, el 55 es el bondi que pasa por todas partes y por acá. O sí, claro que es casualidad. Lo que me pregunto es si los números existirían si nosotros no los hubiéramos inventado. Me respondo que no, como el tiempo, como la veracidad de las proposiciones, como la gravedad, la violencia y la distancia.
  Ya sé que no tiene sentido, que no conecto una cosa con la siguiente. No lo necesito. Para escribir. Ése es el detalle.