María Elena Walsh

Complicidad de la víctima

Besé la mano del guardián
y lo ayudé a bruñir cerrojos
 con esa antigua habilidad que tengo
para borrar innecesariamente
toda huella de bien habida corrupción.
Permití las tinieblas,
rigores me tranquilizaron.
Saludé agradecida al aumentado déspota
y agité flores y banderas
en honor de su rango
de sembrador de oprobios para prójimos
pero no –quizás– para mí.
Odié a las otras víctimas
en lugar de hermanarme
y no quise saber qué sucedía
en el vecino calabozo
o tras los diarios, más allá del mar.
Por eso me dejé vendar los ojos,
sencilla y obediente.
¡Es tan dulce la vida sin saber!
Acepté el castigo
con hipocresía de estampa
por si lo merecía mi inocencia
y fui capaz de denunciar
no al amo sino a la insensata esclava
que desdeñaba protección y ley.
Por pereza me dejé coronar
de puños o serpientes
y admiré sin fisuras
a ujieres y embalsamadores,
el fascinante escaparate de los serios.
No supe compartir el sufrimiento
y orgullosa de su exclusividad
inventé argucias contra la rebelión
y jamás en sus aguas dudosas me metí.
Fui custodia del fuego
–a mucha honra– para pequeños meritorios
y santones cubiertos de moscas.
Juro que nunca vertí veneno en su sopa
y en mis tiempos de bruja les alivié las llagas,
favor que me pagaron con incendios
pero yo perdoné
porque ¡es humano quemar!
La razón del verdugo
justifiqué callando y otorgando
y preferí durar decapitada
que trascender a mi albedrío
porque la libertad, ya sabéis, amenaza
con alimañas de perdición
como abismo a los pies de un paralítico.
Dormí con la conciencia
engrillada pero limpia
¿Qué culpa tiene una sombra?
Quise investirme de prestigio ajeno
y el sometimiento era vínculo,
me contagiaba un solemne resplandor.
Por eso permanezco
fiel a iniquidades y censores.
Al fin y al cabo me porté bien,
supe negociar
mi pálida y frágil sobrevivencia.

Quinto nueve

Hay una esquina que es guarida
de cuatro mujeres niñas
toda la magia sucede
en el quinto nueve

Parece siempre día de sol
aunque diluvie en el balcón
cada lunes se hace viernes
en el quinto nueve

Aplauden las plantas
los vecinos silban
y esas cuatro risas
crecen y contagian
arrancan espinas
soplan telarañas

Los arrullos de bocinas
diversión capitalina
no interfieren los quehaceres
de las del quinto nueve

En su hogar sin maquillaje
ellas sueltan un mensaje
con el ritmo del oeste
y su buena suerte

Noche tras mañana
desafían penumbras
cuatro con guitarra
cajón, charango y flauta
transforman rutinas
con bossas y zambas

Hay una esquina que es guarida
de cuatro mujeres niñas
toda la magia sucede
en el quinto nueve


Loca

Un día como hoy o como ayer
me di cuenta de que lo que me volvía loca
era la culpa por el ser cuerpo,
esa que a mi madre le ofreció migrañas
que compró resignando su propia y más íntima satisfacción
y que la atrapó en el secreto, mordaza, fijo crucifijo,
que a su vez, veintiséis años después, quiso venderme
pero por más caramelos que revistieron la pastilla
algo mío y solamente mío dijo: ¡Ojito!,
y la escondió abajo de la lengua, luego de la alfombra, luego de la basura, y así se salvó de unas cuantas...
Eso sucedió en un recuadro del calendario
en que me di cuenta de que lo que me volvía loca
era el estrógeno imparable
que late todavía desde mis pelos y mi ombligo

mojando las sábanas, las lenguas, las manos, las palabras..
Un día, poco importa cuándo,
me di cuenta que lo que me volvía loca
era pensar que no tenía que estar loca
era creerme la mentira de la heteronorma
y me puse la pollera, porque ya estoy grande como para no hacerme cargo de mis piernas
y me abalancé sobre el mundo de mis pulsiones
y dejé afluir todo el reproche contenido
y lo convertí en rebelión indiscreta, en una desobediencia oficial sin caprichos
revisé todos mis discursos, apolillados, llenos de ideas que huelen a ajenas
o latas de conserva vencidas
o alabanzas a la Moral de M mayúscula, la gran retrógrada, la gran monógama, la gran mitómana, la gran estúpida, la gran xenófoba, la gran apostólica, la gran bélica, la gran pútrida, la grandísima Mierda.
Hice cenizas con todo.
¡Escandaloso ritual aquel!
Así mi madre, con los ojos desorbitados, se desayunó que había criado una bruja, tirana abortista, embanderada masturbadora,
y tuve que calmar su cortocircuito con música y bizcochitos.
La senté y expliqué, perdoné, confesé, sonreí
es que tampoco me resiento ya:
aprendí que también somos hijas de un tiempo
en el que ciertas preguntas ya están dadas
y que en mi bufona alegría de divergir
olvidaba que lo que para mí es obvio, para ella, y otras tantas, es oprobio.
Un día, este mismo,
me di cuenta de que
loca
es la que se escapa de sí misma.