Se me cayó el tiempo encima

 Carajo, se me cayó el tiempo encima. 
 Hoy me levanté con la cabeza hacia atrás, tratando de ver el principio, pero se me hizo imposible rescatar nada concreto. El principio, ¡qué cosa más lejana, más ajena! No me quedan recuerdos de cuna, no sé cómo era mi risa de dientes de leche, no quedan restos de los juegos del recreo o rastros de cómo me gustaba dibujar los vidrios empañados cuando caía la lluvia en la ventana del comedor. Me miro a mí en mi casa, vieja casi como mis años, tan vieja que entonces vivía mucha más gente que ahora son para mí extraños. No me quedan los gustos de otra cosa que no sea recién, y los únicos sonidos que se me ocurren son bisagras que rechinan, bisagras que se oxidaron de tanto olvido y tanto nadie que las fue a visitar. Perdí el camino...Y sí, se me cayó el tiempo encima.
 Entonces ni me desperecé, ni desayuné, sólo desesperé y corrí al espejo, como hacemos los humanos que tememos a la muerte apenas intuimos las canas, corrí con la ilusión de ganarle un poco al tiempo caído, y del otro lado del vidrio estaba mi cara dada vuelta, mirándome apurada. Me di cuenta que había llegado ese momento en que la presión de "ser alguien" te moja la oreja, tenés que, debés, es imperativo, de otra forma no podés, porque si no, porque entonces, ¡y qué dirán los vecinos! Como si hubiera una sola medida para el éxito. Como si cada cual no fuese su propio dios y nuestros sueños no fueran la más sagrada aspiración. Se lo dije al espejo y dudó.
 Me calcé la corbata. Acto seguido me conseguí un discreto bigote y una elegante barba candado, me lustré los zapatos, descolgué el pantalón recién planchado, engominé mis pelos vacíos de ideas, ensayé una mueca seria y me miré buscando aprobación. Me veía bien. De hecho, me veía tan bien que daba gracia. Me daba tanta gracia que se me escapó una risita. Se escapó tanto que se animó, creció, fue carcajada, y mi ajada cara enajenada, cabeza de caja que no cuaja, se dio cuenta que no podía hacer otra cosa que reírse de los empujes del tiempo. Señores, yo nací para la payasada. Voy a recuperarme, a volver al principio.

 Decía que sí, siempre, sin siquiera simular, ni esperaba a que le preguntasen. Abría. Era más fuerte que toda otra voluntad, era un impulso que nacía y se adueñaba de su cuerpo de títere, rodando sus hilos por todos los rincones, con todas las compañías, pese a todos los climas, bajo techo y cielo raso, sobre el pucho, en el pasto y a la postre. Abría porque la duda era su máximo terror. Sí al descuido, a la palabra inoportuna, al desafío, al descaro de ser joven y de hacer malas inversiones pero buenas diversiones. A veces despertaba en el momento inmediatamente anterior al tropiezo, hasta sabía que eran piedras conocidas, sabía y sí, se volvía a dar contra la pared. Terminó siendo sommelier de venenos, recolectando anécdotas agridulces en las cuatro esquinas de la brújula. Abría, total, el no ya lo tenía. El no se le aparecía como lo único cierto, un camino tomado de antemano tan fácil como quedarse o tan difícil como virar. No, la única palabra que jamás se animó a decir, ni para sí.

Julio Cortázar (profanado)

Doble in(ter)vención

Cuando la rosa que nos mueve
cifre los términos del viaje
cuando en el tiempo del paisaje
se borre la palabra nieve

cuando las cruces no nos pesen
y las risas no lleguen tarde
cuando desafiemos la calle
sin tener que pensar dos veces

habrá un amor que al fin nos lleve
hasta la barca de pasaje
y en esta mano sin mensaje
despertará tu signo leve

Creo que soy porque te invento
alquimia de águila en el viento
alas de tinta y voz de espejo
inalcanzable y siempre dentro

desde la arena y las preguntas
y tú en esa vigilia alientas
la sombra con la que me alumbras
y el murmurar con que me inventas.

Cinco segundos

 El curso de nuestras vidas se define por diferencias mínimas. Hoy, la distancia más enorme, más irremontable, fueron cinco segundos. 
 Los trenes que alcanzan el andén apenas llego, las respuestas que se dan sin esperar a que formule la pregunta, los regalos que andaba precisando, las frases dichas al pasar que marcan bisagras en los oídos de los demás, las plumas que caen en medio de mi camino, los desencuentros fortuitos o no tanto, las muertes evitables, los compañeros de banco, queda todo a dos pasos. Todo lo que conozco, todo lo que sobrevivo, todo lo que se ve afectado por mí puede no haber sido, pero es, por distancias de cinco segundos, por agacharme a atar mis cordones o cruzar la calle antes de que cambie de color el tipito del semáforo, por saludar y pasar de largo o quedarme charlando un rato. 

 No creo que todo lo que pasa, pase por algo, pero quizá la naturaleza sí sea sabia.

Acaso, canto al fracaso

 Perdón
si no tengo miramientos al señalarte,
a veces me subo a un pedestal patético
y lanzo al mundo mi furor escéptico
pero nunca pretendí realmente alcanzarte.

 Tal vez mis señales llegan a medias,
y media un abismo entre la razón que creo y la que tengo,
y soplan vientos que me van secando las ideas,
y mi falta de luces me devuelve al azul del tango,
y, temeraria, me arrojo al baile,
que por lo menos eso no me lo quita nadie.

 Pero todavía lloro y soy distante,
todavía me escudo e insisto,
porque disto de ser lo que se espera.
 Yo guardo todo lo que no muestro,
yo soy amiga de las máscaras,
yo también soy lo que no parezco,
pero no engaño, sólo silencio.

 Perdón
si por orgullosa soy también terca,
entonces soy frágil y tensa,
entonces soy cruel y perversa,
entonces soy torpe y opuesta,
y no me animo a sacarme las vendas
porque a mí me es más fácil desnudarme en una avenida
que aceptar que tengo que darme por vencida.

 Entonces lo único que tengo es mi transparencia
y la convicción de que a pesar
o a través
de tantas batallas perdidas,
lo bailado, nadie me lo quita.