Hija de la Luna

(A la muchacha Alma de Agua)

Hija de la Luna, de la noche permanente
dormida con el cántaro de los pájaros nacientes
y el arrullo de esos autos que corren quién sabe a dónde
dice tu voz niña palabras tenebrosas
palabras que sienten, palabras que mienten.
Lobos ladran en esquinas distantes;
quisieras tener su sangre salvaje.
Sólo te queda admirar su vagabundeo brillante
su andar, sus rodeos, su paseo indiferente
tu mirada inquisidora se guarda lo más importante
tu sonrisa sólo aflora en el silencio
en la escucha paciente, anhelante.
Encontraste hogar entre tanto sinsentido
arrojada voluntad sin ningún otro motivo
que hacer fuego la maleza
y tu corazón lleno de fisuras
todavía late con violencia
agotando los últimos minutos de la madrugada.
Cierren las puertas, bajen las persianas:
a la hija de la Luna no le hace falta cura.

Ernesto Sabato

XIII


Si se hicieran alinear todos los canallas que hay en el planeta ¡qué formidable ejército se vería, y qué muestrario inesperado! Desde niñitos de blanco delantal ("la pura inocencia de la niñez") hasta correctos funcionarios municipales que, sin embargo, se llevan papel y lápices a la casa. Ministros, gobernadores, médicos y abogados en su casi totalidad, los ya mencionados pobres viejitos (en inmensas cantidades), las también mencionadas matronas que, ahora dirigen sociedades de ayuda al leproso o al cardíaco (después de haber galopado sus buenas carreras en camas ajenas y de haber contribuido precisamente al incremento de las enfermedades del corazón), gerentes de grandes empresas, jovencitas de apariencia frágil y ojos de gacela (pero capaces de desplumar a cualquier tonto que crea en el romanticismo femenino o en la debilidad y desamparo de su sexo), inspectores municipales, funcionarios coloniales, embajadores condecorados, etcétera, etcétera. ¡CANALLAS, MARCH! ¡Qué ejército, mi Dios! ¡Avancen, hijos de puta! ¡Nada de pararse, ni de ponerse a lloriquear, ahora que les espera lo que les tengo preparado!
¡CANALLAS, DRECH!
Hermoso y aleccionador espectáculo.
Cada uno de los soldados al llegar al establo será alimentado con sus propias canalladas, convertidas en excremento real (no metafórico). Sin ninguna clase de consideración ni acomodos. Nada de que al hijito del señor ministro se le permita comer pan duro en lugar de su correspondiente caca. No, señor: o se hacen las cosas como es debido o no vale la pena que se haga nada. Que coma su mierda. Y más, todavía: que coma toda su mierda. Bueno fuera que admitiéramos que coma una cantidad simbólica. Nada de símbolos: cada uno ha de comer su exacta y total canallada. Es justo, se comprende: no se puede tratar a un infeliz que simplemente esperó con alegría la muerte de sus progenitores para recibir unos pesuchos en la misma forma que a uno de esos anabaptistas de Mineápolis que aspiran al cielo explotando negros en Guatemala. ¡No, señor! JUSTICIA Y MÁS JUSTICIA: A cada uno la mierda que le corresponda, o nada. No cuenten conmigo, al menos para trapisondas de ese género.
Y que conste que mi posición no sólo es inexpugnable sino desinteresada, ya que, como lo he reconocido, en mi condición de perfecto canalla, integraré las filas del ejército cacófago. Sólo reivindico el mérito de no engañar a nadie.
Y esto me hace pensar en la necesidad de inventar previamente algún sistema que permita detectar la canallería en personajes respetables y medirla con exactitud para descontarle a cada individuo la cantidad que merece que se le descuente. Una especie de canallómetro que indique con una aguja la cantidad de mierda producida por el señor X en su vida hasta este Juicio Final, la cantidad a deducir en concepto de sinceridad o de buena disposición, y la cantidad neta que debe tragar, una vez hechas las cuentas.
Y después de realizada la medición exacta en cada individuo, el inmenso ejército deberá ponerse en marcha hacia sus establos, donde cada uno de los integrantes consumirá su propia y exacta basura. Operación infinita, como se comprende (y ahí estaría la verdadera broma), porque al defecar. en virtud del Principio de Conservación de los Excrementos. expulsarían la misma cantidad ingerida. Cantidad que vuelta a ser colocada delante de sus hocicos, mediante un movimiento de inversión colectiva a una voz de orden militar, debería ser ingerida nuevamente.
Y así, ad infinitum.

El vals de la vacilación

él
no tenía ojos
&
ella
no tenía boca.

ella
soñaba con colarse súbitamente en algún silencio y dejarlo sin palabras.

él
también lo soñaba, pero su verborragia constante no le permitía decir jamás lo que quería.

-entretanto-
sonó el timbre


los salvó la campana

Presa fácil

[MATARÍA al mosquito gigante que está en mi pared, esperando, al acecho. Es una presa fácil. Debe ser porque está tan a la mano que recapacito: sería un castigo, además de inútil, exagerado e injusto. No me parece bien humanizar animales. Concebimos todo desde el espectro homo narcisus, desde nuestra óptica sobreviviente, temeraria y temerosa. Entonces todo bicho venenoso se vuelve malo, indeseable al punto de merecer ser muerto, culpable incluso cuando se demuestre lo contrario, sólo porque tiene la agencia de perjudicarnos. A decir verdad, yo ya no me como ese verso del complejo de Dios que desarrollaron unos álguienes anónimos un día, y que toda nuestra estirpe arrastra sin poder asomar por fuera de la venda del espejo. Ahí empieza lo artificial, ese boleto sin escalas a la más torpe autodestrucción. Digna del único animal que reniega de su animalidad. (Hostigué al mosquito hasta que voló de mi cuarto, vivo, a buscarse otra sangre que degustar).]

El peligro de las ideas

Vengo jugando con ideas peligrosas,
o con el peligro de las ideas.
Quise vengarme, pagarte con la misma moneda
como si ojoporojo fuera una forma de equivalencia.
Pienso con rencor, con violencia ciega
como si lograse algo más que miseria
como si al herirte porque sí, porque las horas,
porque los miedos a quedar sola,
porque la transparencia dudosa,
porque la inconsciencia es titiritera,
porque la bestia tapada de drogas,
porque alucino y me desconozco,
y llego a querer borrarte
como si al hacerlo, yo no desapareciera.
Quizá tus lágrimas son una excusa.
Quizá no me animo a