La señora

 Hacía falta corroer mucho para llegarle al fondo. A cada gota de ácido higiénico la pregunta-tormenta se gritaba más fuerte: ¿qué se esconde atrás de las manchas?
 El camino parecía dibujarse solo frente a sus ojos. Los pasos caían inertes, porque la rutina es fácil, porque la costumbre es cómoda, porque ni siquiera la jubilación es esperanza cuando el uniforme es tu propia piel. Su misión era complacer al resto... Quizá cueste un trecho más, pero es eso lo que le habían enseñado, es lo que tenía en los guantes, y no le salía otra cosa que limpiar el espejo en vez de mirar su reflejo.
 Irma llenaba su vacío con las sonrisas del resto y cansaba sus horas para apagar la máquina de pensar. Tampoco estaba tan mal, a veces la patrona le regalaba algo de ropa de temporadas pasadas, aunque nunca se animó a vestirla por ser demasiado cara para su portación de cara.
 Murió tratando de "usted" a los hijos, ajenos, que había criado por dinero y querido por error: los accesos de humanidad exceden el contrato. Suficiente que la tuvieran en blanco.