Un rato sola

 A esta hora en que las montañas se ponen azules, sólo pienso en...
 El encierro no necesita paredes. Y digo que no sé por qué escribí eso, pero ¿cómo no saberlo? No voy muy lejos últimamente, estoy oscura y superficial, repto por mis propias tinieblas de mediodía a mediodía.
 Escribir es la fiebre.
 Escribir es el síntoma.
 No veo, casi. Pero conozco el trazo de memoria, llevo años en esto y puedo presentir el movimiento que da  paso al inmediatamente presente, que pasó. La única luz es la de unos bichitos de luz. Curiosidad: ¿qué comerán para brillar tanto?
 Al lado, el cadáver de una mariposa.
 Al lado, el cadáver.
 Al lado.
 ¡El mundo a mis pies, hoy todo me celebra! Mi entusiasmo es nulo. ¿A dónde me llevan? Ah, ni que me importase tanto... Cargo conmigo mi único destino posible, inevadible, inaplazable.
 Agarro mis cosas y salgo. Me muevo por resignación, por inercia. Podría rebelarme pero ya perdí todo interés en la lucha. Acá por lo menos me dejan andar, y simular la vida mientras merodeo basurales. Ah, ni que me importase tanto... Estoy, si es que estoy, bastante lejos de este paisaje. Ahí salgo, sí, ya estoy afuera, ya estoy adentro, que en el fondo es lo mismo si nunca salí de mí.
 Pienso que la cura es estar un rato sola. Un buen rato. Irme a un cementerio y llorar largo y tendido, profundamente, camuflada entre la amena quietud del mármol y la muerte. Los que ya no están dejan tras de sí la calma, son un silencio tan abierto, tan eterno, que casi me siento parte de ese mutismo, me puedo escurrir a gusto. Ni alarmas, ni sorpresas.

(http://www.youtube.com/watch?v=u5CVsCnxyXg)

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