La mano

 La mano que golpea trae la fuerza de la mirada enfurecida, de los labios apretados, del grito que aturde, del silencio pasivo de los espectadores que permiten, omiten y admiten un cuadro que no tarda en volverse cotidiano.
 La mano que golpea es insensata y disfruta esos relámpagos de dominio bestial, pero no puede pasar por alto que carece de otra arma que la infusión de miedo, y que el respeto que gana no es más que un espejismo, no es más que un desprecio cobarde que soporta o huye o sueña o... repite lo aprendido. Y nadie pide perdón, y por más que se distraigan y busquen desesperadamente al olvido redentor, cada vez que se miren a los ojos va a ser imposible ocultar el asco y la herida que ningún tiempo cierra.

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